La frase que da título a este post no es original mía: la he tomado prestada del P. Miguel Ruiz de Ayucar, sacerdote jesuita que solía decirla con frecuencia. Es, creo yo, una frase inspiradora que resume muy bien cómo debe ser el modo de vida del cristiano.

Es necesario que dejemos que sea Dios quien guíe nuestros pasos. Y esto es algo que a muchos de nosotros se nos hace muy difícil, porque nos gusta planificar lo que haremos, nos gusta ordenar nuestra agenda y nos gusta tener la sensación de que somos nosotros quienes llevamos el timón de nuestra vida.

Cuesta renunciar a llevar ese timón y dejar todo el protagonismo a Dios.

Y supone un esfuerzo tratar de comprender qué es lo que desde el Cielo quieren para nosotros, tanto en las decisiones de largo plazo como en esas pequeñas decisiones que vamos tomando continuamente y que también importan. Porque requieren dejar espacio en nuestra vida para la oración y requieren de un estado del alma sereno, receptivo y abierto a dejarnos guiar por el Espíritu. Y ese estado del alma es algo que no es tan fácil de conseguir en este querido mundo nuestro que parece que gira a toda velocidad y nos lleva todo el día acelerados.

Debemos regalar a Dios nuestra Fe. Siempre. También cuando no parece que no nos comprende o no nos quiere escuchar. También cuando las cosas no salen como esperamos. También cuando tenemos ganas de tirar la toalla. También cuando nos dejamos arrastrar por los espejismos del mundo. También cuando caemos en tentación. También cuando no vemos salida.

Es especialmente en esas etapas en las que las cosas se ponen feas cuando cobra más sentido la invitación que nos dejó hecha Jesús a que nos volvamos niños y a que, como tales, pongamos toda nuestra confianza en ese Dios que es, sobre todo, padre. Debemos confiar en que Él sabe mucho más, ama mucho más, es señor incluso del tiempo y todo lo puede. Tenemos razones para vivir tranquilos, sin miedo, confiados y valientes.

Jesús nos prometió que si nosotros nos ocupamos de buscar el reino, si vivimos la vida ordinaria con un corazón extraordinario, Dios siempre estará ahí, en la retaguardia, ocupándose de nuestras cosas y cuidándonos hasta en lo pequeño.

«Fijaos cómo crecen los lirios, no se fatigan ni hilan; pues os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba que hoy está en el campo y mañana es arrojada al horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?.  Vosotros no andéis buscando qué vais a comer o qué vais a beber, ni estéis preocupados. La gente del mundo se afana por todas esas cosas, pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de ellas. Buscad más bien su reino, y lo demás se os dará por añadidura».      

Lucas 12, 29 – 32

La imagen es de pen_ash en pixabay

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