Los caminos por los que las personas llegamos a conocer a Jesús y a su Evangelio son muy variados: algunos llegamos a ellos porque nacimos en una familia que supo educarnos en la Fe, otros llegamos a ellos desde la formación en el colegio, otros nos cruzamos en algún momento de nuestra vida con una persona que nos acercó a ellos y en otros casos pudo ser un libro o una película lo que despertó una inquietud que nos animó a buscar. Lo mismo da. Lo importante es que -como tiempo atrás hiciera con los discípulos que iban camino a Emaús– también hoy Jesús sigue saliendo a nuestro encuentro para invitarnos a vivir desde el amor.
Haciendo uso de nuestra libertad, nosotros podemos atender a su llamada o no hacerlo. Pero si decidimos atender su llamada y darle nuestro «sí, quiero» tiene que haber consecuencias en nuestra vida. Nuestro «sí» debe traducirse, necesariamente, en un cambio en nuestra mirada, en un cambio en nuestra actitud hacia los demás y en un cambio en los criterios con los que vamos tomando decisiones en el camino de la vida.
Porque conocer a Jesús y conocer su Evangelio es algo tan sumamente importante que lo revuelve todo, cambia nuestra lógica y nos hace querer dar la vuelta a nuestra vida como se le da la vuelta a un calcetín.
Y, como es algo tan grande y tan transformador, despierta también unas ganas enormes de compartirlo con otros, especialmente con aquellos a quienes más queremos.
Desde el Cielo nos invitan a que compartamos ese tesoro cuando lo encontramos. Nos invitan a que nos sintamos corresponsables de la vida espiritual de quienes van pasando a nuestro lado en el camino de la vida. Nos invitan a que compartamos su mensaje. Y nos invitan, por supuesto, a que lo hagamos gratis. Tan gratuitamente como a nosotros nos fue regalado. Porque conocer el Evangelio es algo tan sumamente relevante en la vida de una persona que, si quisiéramos ponerle precio, no sería posible.
Y mientras más repartamos de ese tesoro, más tesoro tendremos.
Unos lo compartirán con la palabra y otros, la mayoría de nosotros, lo compartiremos con nuestra vida, con nuestra actitud y con nuestra alegría; una alegría que no será fingida, sino que será consecuencia de eso tan grande que llevamos en el corazón.
Hace unos días oí una frase a mi prima Marta que me hizo reflexionar: «Nuestra vida será el único Evangelio que lean muchas personas».
Pues eso. Que se note. Que demos testimonio y hagamos visible, en la que medida en la que sea posible, que es Dios quien lleva las riendas de nuestra vida.
Será el Espíritu quien haga el resto haciendo sentir a los otros, en el momento en el que resulte más conveniente para ellos, que Jesús también está saliendo a su encuentro.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Lo que habéis recibido gratis dadlo gratis.»
Mateo 10, 5- 8
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