Muchos de nosotros soñamos con alcanzar los primeros puestos en los distintos entornos en los que nos vamos moviendo. Nos gusta el poder y la autoridad en la que se traduce, nos gusta el dinero, nos gusta que otros tengan que consultarnos y nos gusta figurar. Porque, de alguna manera, nos hace sentirnos importantes a los ojos de los demás.

El orden del Cielo es otro. En el orden del Cielo los primeros puestos son de quienes más aman. Y los que más aman son, sin duda, los que más sirven. Y la autoridad no proviene ni del dinero ni de los cargos que se puedan ostentar.

La autoridad de Jesús provenía de la doctrina que predicaba. Una doctrina rompedora, que no habían oído hasta entonces nada más que al Bautista, quien preparó el camino para la predicación de Jesús. Una doctrina que cambiaba las prioridades y que colocaba en los primeros puestos a los que más sirven. Una doctrina que hacía sentir a las personas que lo escuchaban con buena voluntad, que, desde esa mirada, como por arte de magia, todo cobraba su verdadero sentido.

La autoridad de Jesús provenía de su entrega, de su amor sincero hacia las personas, y muy especialmente hacia las más vulnerables y aquellas que, por una u otra razón, estaban quedando a los márgenes de la sociedad. Porque «no necesitan de médico los sanos sino los enfermos». ¿Quién de nosotros no aprecia como el tesoro que es a aquel que lo quiere a pesar de conocer de conocer sus miserias y sus defectos?

La autoridad de Jesús provenía de la coherencia con la que vivía aquello que predicaba. Y, siendo muchas las veces que predicó con la palabra, aún fue más intenso el testimonio que dejó con su propia vida; tanto entre sus más íntimos, como entre aquellos que fueron teniendo contacto con él en el camino de su vida.

La autoridad de Jesús provenía de su valentía. De mantener siempre el mismo mensaje, estuviera quien estuviera en su auditorio. Lo mantuvo también delante de los fariseos, quienes tenían poder para acabar con Él, como así terminó siendo. Jesús nunca tuvo problema en enfrentarse a ellos ni en afearles su conducta, pues eran hipócritas que no guiaban adecuadamente a un pueblo que andaba como rebaño sin pastor. Y Jesús siempre supo anteponer las necesidades de ese rebaño a la propia seguridad.

La autoridad de Jesús, además, estaba claramente respaldada por Dios Padre. Jesús no hacía lo que a él le iba pareciendo más conveniente. Más bien se dejaba guiar por su Padre, que siempre dirigió sus pasos. Ese respaldo del Padre, además, se hizo visible a través de los signos y milagros.

Es la misma autoridad con la que nos invita a vivir hoy a nosotros. Y, muy especialmente, a quienes tenemos responsabilidades en nuestros entornos, en nuestras familias o en nuestros trabajos. ¡Qué buena cosa sería que los puestos de poder de este mundo -en los gobiernos, instituciones o empresas- estuvieran ocupados por personas con vocación servicio, a las que de verdad les interesara el bienestar de las demás y antepusieran el bien común a su beneficio personal! Nuestro mundo, ciertamente, sería otro.

Termino hoy este post con una poesía preciosa de José María Rodríguez Olaizola, SJ, titulada Tu autoridad:

Hay quien manda
con la fuerza de las armas,
los títulos,
las riquezas.
Hay quien del poder
hace muralla,
y del dominio
hace credo.
Hay quien erige su mando
sobre cautiverios ajenos.
Hay quien, para ganar,
tiene que hacer que otros pierdan.
Hay quien ostenta
un control efímero,
mientras se engaña
en el espejismo del instante.

No Tú, Señor.
Tu autoridad se forja
en palabras que bailan con la vida;
el amor como motivo;
una mirada que acaricia;
la honestidad desnuda;
el deseo del bien;
la apertura al riesgo;
la libertad para todos;
y una debilidad,
que compartida es invencible,
y eterna.

La imagen es de congerdesign en pixabay

3 comentarios

  1. Gracias Marta por tu trabajo ,tu tiempo y constancia durante todos estos años.
    Me ayudan mucho tus post y me animan a profundizar en las citas del evangelio que nos señalas

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