Evangelio apc Padre e hijo iguales

Jesús tocaba el corazón de aquellos que le escuchaban con buena disposición. Y lo conseguía, no sólo por la profundidad y sencillez de su mensaje, sino también porque él resultaba una persona creíble, segura, coherente. Enseñaba con autoridad: 

Y entran en Cafarnaún y, al sábado siguiente, entra en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús lo increpó: «¡Cállate y sal de él!». El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen». Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea. (Evangelio Marcos 1, 21 – 28).

Jesús habitualmente explicaba su doctrina de una manera clara y sencilla, de manera que pudiera ser entendida por cualquier persona que tuviera abierto el corazón. Para explicarse se apoyaba en las escrituras – que conocía como nadie – y se dejaba inspirar por el Padre. Sin opiniones, sin tradiciones de hombres, sin florituras. Seguro. Con la verdad en estado puro. Quienes le escuchaban con buena disposición sentían en su interior que aquello era la verdadera doctrina, que aquello daba sentido a una vida, que aquello era lo que andaban buscando. ¡Cómo no iban a sentir que hablaba con autoridad!

Su autoridad era tal, que hasta los demonios le obedecían.

Sus enseñanzas y palabras iban, por supuesto, respaldadas con una vida absolutamente coherente con aquello que predicaba: no proponía nada a los demás que no hiciera él primero. Predicaba que nos amásemos unos a otros y él, fuera de la sinagoga, no hacía otra cosa que atender a todos aquellos que se cruzaban en su camino:

Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados” (Evangelio Lucas 7, 22). Así se definió Jesús a sí mismo en un momento dado, en el que el Bautista, encarcelado, mandó a sus discípulos a asegurarse de que Jesús era aquel que tenía que venir. Sus palabras reflejaban la realidad de un hombre que vivía por y para los demás.

La credibilidad y la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace sigue siendo igualmente imprescindible para tener autoridad 21 siglos después:

De nada vale que enseñemos a nuestros hijos cuando son pequeñitos que para cruzar la calle tienen que esperar hasta que los semáforos estén en verde, si luego nos ven a nosotros cruzarlos cuando están rojos. Lo mismo ocurre con la autoridad de un profesor en una clase o de un director en una empresa: si no hay coherencia entre palabras y obras, profesor y director no resultarán creíbles; de tal manera que podrán tener poder – el poder que les otorga su cargo – pero nunca tendrán autoridad. Porque la autoridad hay que ganársela; no viene «de serie» con la posición.

Nosotros deberíamos, como Jesús, vivir con un estilo de vida absolutamente coherente con la Fe que decimos profesar. Y muy especialmente si nos reconocemos ante los demás como cristianos. Si no llevamos una vida demasiado coherente, o si la forma en la que tratamos a los demás lo que delata es que esos «demás» en realidad no nos importan demasiado, estaremos haciendo un flaco favor al cristianismo.

Bien es verdad que retrocesos tenemos todos . Y errores también cometemos todos. Al menos yo reconozco en mí, después de años de decirme cristiana, fallos «de principianta». Pido perdón por ellos. Y miro hacia adelante con Fe y con la seguridad de que todos tenemos ahí, abiertos, esperándonos, los brazos del Padre. Una vez en sus brazos de nuevo, eso sí, debemos hacer todo lo posible por mantener esa coherencia que nunca debimos perder.

La imagen es de Olichel pixabay

3 comentarios

  1. Marta: qué bueno que cada día surjan más «Miróforas» de la Buena Noticia, portadoras del «bálsamo» de la Palabra.

    Hoy, la «Autoridad» de Jesús, interpela nuestro orgullo, ese afán desmedido de imponer a los demás, cómo han de ser y obrar, querer tener siempre razón, decir la última palabra.

    Confundimos criterio sensato y moderado con dominio del otro y autoritarismo. Así nos va, exaltando el ego en todos los «corrillos» y tertulias.

    Ahí es donde aflora, a decir del Papa Francisco, el rumor y «chisme», defenestrando al otro y «lavando la colada» del prójimo.

    Dejas claro en tu exposición, cómo ejerció Jesús Autoridad: desde la honda Sabiduría del corazón, habitado de Amor y Misericordia.

    Me recuerda aquella frase del proverbio: «de la abundancia del corazón, habla la boca».

    Así era la Autoridad de Jesús: libre, valiente, sin el pretexto y prejuicio del «conveniente», desde la insobornable y justa Verdad.

  2. Me encanta lo q dice el obispo Munilla a este respecto. Dice, q al menos, suframos ante la inevitable esquizofrenia de nuestras «cristianas vidas»

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