Ya hemos entrado en tiempo de Cuaresma: unos días del calendario en los que nos preparamos para la fiesta de la Pascua.Y, para prepararnos, somos invitados a fortalecer nuestra fe a través de la reflexión, la oración, el sacrificio, la conversión y la vuelta a Dios.
En la sociedad en la que vivimos, las personas solemos aspirar a ir teniendo cada vez más de todo: aspiramos a tener más dinero, más poder, más comodidades o más seguridad. Y aspiramos a ello, aún sabiendo que los bienes materiales y el poder, si bien no son malos en sí mismos, con frecuencia acaban robando el corazón de quien los posee y terminan por desviarlo del camino de Dios. Porque, lo que es meridianamente claro, es que no se puede servir a dos señores: a Dios y a las riquezas.
En otro orden de cosas, en la sociedad en la que vivimos, muchos de nosotros también aspiramos a ser más felices, a disfrutar más, a poder descansar más o a poder tener más tiempo para nosotros mismos. Y, siendo todo esto perfectamente legítimo, con frecuencia también nos aleja del Cielo. Porque buscamos esa felicidad procedente de los grandes pequeños placeres del mundo que lo cierto es que no contribuyen a acercarnos a Dios. Como tampoco lo hace el tener más tiempo libre si lo que andamos buscando es únicamente nuestro propio bienestar.
En la vida espiritual, habitualmente se suele avanzar más quitando que poniendo. ¿Por qué no tratar de sacar de nuestra vida todas esas miserias que nos acompañan y que nos lastran en el camino hacia Dios? Ganaríamos mucho si consiguiésemos sacar de nuestro corazón esa envidia, esa indiferencia, esa vanidad, esa hipocresía, esa soberbia o ese egoísmo que demasiadas veces son nuestros compañeros de viaje.
Libres de todo ese lastre estaremos en mucha mejor disposición para mirar a quienes van pasando a nuestro lado en el camino de la vida desde el amor. Y para obrar en consecuencia. Ese es el ayuno que más le gusta a Dios:
«Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos».
ISAÍAS 58, 6 – 7
Muchos de nosotros podemos pensar que está dando comienzo una cuaresma más. Un espacio en el calendiario litúrgico que ya tuvimos el año pasado y que volveremos a tener el año que viene. Pero no es así: cada cuaresma siempre será única, porque el ser humano está siempre en evolución y este año no somos las mismas personas que fuimos el año pasado ni las que seremos el año que viene. Hoy estamos condicionados por las vivencias que tenemos ahora, por los problemas que estamos viviendo, por el estado de ánimo que tenemos hoy, por las tentaciones que nos acompañan estos días, por el momento espiritual en el que estamos, por la salud que con la que contamos, por lo queridos que nos sentimos… Y es en ese contexto y con ese estado de ánimo con el que nos soplará el Espíritu aquello que más nos convenga.
Aprovechemos esta Cuaresma, como la oportunidad única que es.
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