Dentro de unos días estrenaremos un nuevo año en el calendario. Y  a muchos – aunque parezca imposible – la cosa nos ha pillado casi, casi por sorpresa; con parte de los deberes terminados, con otros a medio hacer y con alguno de ellos incluso sin empezar.  

En la vida es recomendable – necesario, más bien – dedicar algo de tiempo a pensar acerca de lo que nos gustaría llegar a ser, a valorar dónde estamos realmente y a ponernos deberes a nosotros mismos o hacernos buenos propósitos, como lo queramos llamar. Porque si no lo hacemos, el día a día termina sucediéndose tan deprisa que nos arrastra donde nos quiera llevar. Y más que ser nosotros quienes capitaneamos nuestra vida, son las corrientes de turno las que nos hacen ir a su remolque. 

Aunque siempre es buen momento para hacerlo, lo cierto es que para muchos de nosotros – entre quienes si duda me cuento – el cambio de año resulta un momento idóneo; porque tenemos por delante todo el calendario nuevecito, en blanco, con todas sus páginas por escribir. Y, lo que en ellas quede finalmente reflejado cuando haya pasado el año, dependerá enormemente de cómo hayamos enfrentado el año, dependerá enormemente de cuáles hayan sido nuestras prioridades, dependerá enormemente de qué decisiones hayamos tomado, dependerá enormemente de cuál haya sido nuestra actitud frente a los problemas que se nos hayan presentado, dependerá enormemente de cuál haya sido nuestra disposición frente a los demás.

Es como si este momento nos ofreciera, más que otros del calendario, una oportunidad para volver a soñar, una oportunidad para hacer borrón y cuenta nueva, una oportunidad para renovarnos, una oportunidad de volver a empezar pero haciendo las cosas bien.

Más allá de marcarnos propósitos clásicos como «dejar de fumar» o «adelgazar esos 5 kilitos de más», ¿por qué no aprovechar para mirar hacia adentro?

¿Qué es lo que nos gustaría llegar a conseguir a largo plazo? ¿cuál es nuestra meta?

Este debería ser, sin duda, el punto de partida. Si no tenemos claro dónde queremos llegar difícilmente podremos trabajar para conseguirlo. 

La meta de aquellos que nos proponemos seguir a Jesús será compartida: llegar a vivir desde un profundo amor a los hombres y un profundo amor a Dios.

¿Qué propósitos marcarnos para avanzar hacia la meta? 

Tenemos un camino que recorrer hasta llegar a la meta. Posiblemente largo. ¿Cuáles son esos primeros pasos que nos proponemos dar?, ¿cuáles son esos propósitos que nos marcamos, esos primeros deberes que nos ponemos a nosotros mismos?

En mi opinión personal es importante que los deberes que nos pongamos sean ambiciosos, pero alcanzables. Porque si nos proponemos  imposibles más pronto que tarde lo que sentiremos será una profunda frustración.

¿Qué nos proponemos sacar?

Todo aquello que suponga un obstáculo para llevar una vida coherente con la fe que decimos profesar debemos tratar de sacarlo de nuestra vida. Y, cuando no sea posible, debemos tratar de minimizar su efecto: actitudes que son dañinas para quienes nos rodean y para nosotros mismos, personas venenosas con las que más nos valdría guardar cuanta más distancia mejor, trabajos tan sumamente absorbentes que no nos dejan tiempo ni para nosotros ni para los demás, hábitos holgazanes, hábitos criticones, hábitos egoístas… cada uno sabemos qué hemos de rebuscar en nuestra vida y en nuestro interior y por dónde podemos empezar. Todo a la vez no, por favor.

¿Qué nos proponemos mejorar?

¿Paciencia?, ¿actitud de escucha?, ¿sensibilidad?, ¿tolerancia?, ¿interés hacia los demás?, ¿el tiempo que les dedicamos?, ¿generosidad?, ¿valentía?, ¿honradez?, ¿coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos? ¿tiempo que pasamos con Dios?, ¿la fe desde la que vivimos esas pequeñas grandes cosas de la vida cotidiana? 

La vida es un camino que podemos recorrer desde el miedo o desde la valentía, desde el egoísmo o desde la generosidad, desde la inquietud o desde la serenidad, desde la confianza en nuestras capacidades o desde la confianza en Dios.

Tanto la valentía como la generosidad, como la serenidad o la confianza en Dios son disposiciones del corazón que se pueden trabajar y se pueden fortalecer. Pero hemos de ser conscientes de ello y, sobre todo, hemos de querer hacerlo. En nuestra mano está escoger si nos ponemos con ello o si, por el contrario, escogemos dejarnos llevar.

La foto es de pexels en pixabay

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