Evangelio Juan 10, 11 – 18 «Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen»
«Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre».
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Las ovejas de Jesús son las personas que aman a los demás “En esto conocerán que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros” (Evangelio Juan 13,35). Esas son las personas que “escuchan su voz” y a las que Él “conoce” (reconoce como suyas). Y son esas mismas personas, como no podría ser de otra manera, las que alcanzarán la vida eterna, porque sabemos que al final de nuestros días se nos juzgará por el amor que hayamos repartido en vida
Si hubiese abundado la bondad entre quienes vivían en la tierra hace 21 siglos y entre quienes vivimos en la tierra a día de hoy no hubiera hecho falta que Jesús se hiciese hombre y viniese al mundo para enseñarnos que es el amor lo único que da sentido a la vida.
Pero no era la bondad lo que abundaba entonces ni lo que abunda ahora. Y, precisamente para guiarnos a todos los que no llevamos una vida ejemplar, vino. Porque “no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos” (Evangelio Mateo 9,12)
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