«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí». (Evangelio Juan 14, 6). Son palabras que pronuncia Jesús en un contexto realmente especial: tras tres años de vida pública, está a la mesa con sus más íntimos en la que él sabía que sería su Última Cena juntos. Está preparando el corazón de los apóstoles para lo que están a punto de vivir y está aprovechando también para insistir sobre los aspectos más importantes de su mensaje.
Les cuenta que se pronto se irá con el Padre y que allá donde va les preparará a ellos también un lugar. Y les instruye sobre cómo, para poder seguirle y llegar también, como él, a la casa del Padre, solo hay un camino:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino». Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí». (Evangelio Juan 14, 1 – 6).
¿Qué quiere decirles, y decirnos también a nosotros, con ese «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí«?
Quiere decirnos que incorporarnos a sus ideas es incorporarnos a la verdad y a la vida de Dios. Y que incorporarnos a esas ideas y a esa verdad implica que vivamos durante nuestra etapa aquí en la tierra con el mismo estilo del vida que él vivió: con un profundo amor a Dios y un profundo amor a los hombres. Un amor que no puede quedarse en las oraciones ni entre las paredes de las iglesias sino que ha de salir a la calle y ser tangible entre quienes nos rodean, sean cuales sean nuestras circunstancias personales, que por otro lado serán cambiantes a lo largo de la vida. Lo mismo da si somos estudiantes, si dirigimos una empresa, si tenemos un comercio, si somos maestros, si somos arquitectos, si somos cajeros de supermercado, si somos solteros, si somos casados, si tenemos siete hijos o si no tenemos ninguno, si tenemos una intensa vida social o si llevamos una vida sencilla. Amar está al alcance de todos. Sin excepción. Y lo mismo da si decimos que sí a Dios de niños, que si se lo decimos a los 20, a los 30, a los 70 o a los 80: lo importante es que desde ese «sí, quiero» nuestro tratemos de llevar una vida coherente.
Quiere decirnos que el camino del amor es la mejor manera de hacer felices a quienes nos rodean. ¿Cómo no va a hacer felices a quienes nos rodean sentir que nos tienen cerca y saber que pueden contar con nosotros para lo que necesiten? ¿Acaso no sentimos nosotros esa misma sensación de seguridad y de agradecimiento cuando nos sentimos queridos y atendidos por otros?
Quiere decirnos que el camino del amor es la única manera de alcanzar la felicidad. La felicidad verdadera. No ya en el Cielo, que por supuesto, sino también aquí en la tierra: “Seréis dichosos si, sabiendo estas cosas, las practicáis” (Evangelio Juan 13, 17). Porque vivir para los demás, aún sin buscarlo, tiene consecuencias sobre nosotros mismos: esa satisfacción, ese regustillo, esa paz, que queda después de atender a otros, si se mantiene en el tiempo, termina por ser un estado del alma que nos acompaña siempre.
También para los que nunca hayan oído hablar de Jesús el camino es el mismo. Llegarán a la casa del Padre aquellos que hayan pasado por la vida ocupándose de los demás, sean oficialmente cristianos o no, hayan oído hablar de Jesús o no. Porque el cristianismo es universal y, afortunadamente, son muchos los que viven su vida desde el amor y son cristianos, aunque no lo sepan.
La imagen es de hvanesagj en cathopic
Un mensaje troncal inmenso y un legado que debería servir para reflexionar.
Gracias por compartirlo
Abrazote 🌼
Qué claro, accesible y práctico.. y fuente de dicha. Gracias, Marta. Una vez más has dado en la diana. Gramorix
Tu interpretación es Cristiana y universal. Me hace pensar. Gracias. Anónima en USA