Dice un refrán que utilizamos mucho en España «por el interés de quiero, Andrés». Cultura popular que refleja que el motor de muchas de las relaciones que mantenemos en los distintos ámbitos de nuestra vida no es el amor sino nuestro propio beneficio.
Cuando nos mostramos serviciales, cuando nos mostramos amables o cuando nos mostramos simpáticos, muchas veces lo que estamos buscando es construir buenas relaciones con personas de las que esperamos obtener su favor después.
En otras ocasiones mostramos nuestra mejor cara para ser vistos por los demás, buscando un reconocimiento social. Jesús, conocedor de esa naturaleza nuestra, vanidosa, ya nos advirtió sobre ello 21 siglos atrás: “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos» (Evangelio Mateo 6, 1).
E incluso cuando nos relacionamos con personas a las que queremos, en ocasiones también nos falta generosidad; y actuamos buscando recibir su afecto o que nos correspondan. ¿Qué padre no ha dejado de enfrentarse a un hijo que se merecía una regañina porque llegaba agotado después de todo un día de trabajo? Es un botón de muestra de algo que no tiene mayor importancia si no es habitual; pero lo correcto es corregir y educar a ese hijo nuestro aunque nos cueste un disgusto en el momento y no poner por delante, en este caso, lo mucho que nos apetece disfrutar de su compañía o nuestro propio descanso.
Jesús nos propone la gratuidad total:
Y dijo al que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos». (Evangelio Lucas 14, 12 – 14).
Explica en este pasaje cómo aquí en la tierra solemos invitar a nuestra casa a compartir nuestra mesa a familiares y amigos quienes, habitualmente, nos corresponden después invitándonos también a sus casas. Resultando de esta manera que lo que damos por un lado lo recibimos por el otro.
También solemos ser generosos con ellos de otras muchas formas: les regalamos el tiempo que no tenemos, les escuchamos, les acompañamos en el dolor, les prestamos dinero cuando llega el caso, les hacemos favores, damos la cara por ellos, … ¡lo que haga falta cuando haga falta!
Y todo eso es bueno. Bueno no, buenísimo.
Pero Jesús nos invita a subir un escalón: su propuesta es que no seamos generosos con aquellos de los que queremos obtener algo o de los que sabemos que nos pueden corresponder: nos invita a ser generosos con todos. Y muy especialmente con aquellos de los que sabemos que no podemos esperar nada a cambio:
El amor no debe buscar remuneración. Su recompensa ha de ser ver al otro atendido.
La imagen es de cathopic
Me encantó!