Todos nosotros sentimos tentaciones a lo largo de nuestra vida. En algunas ocasiones puntuales somos tentados con cosas que sabemos que están realmente mal; pero habitualmente con lo que somos tentados es con cosas más sutiles, que tan solo suponen pequeñas desviaciones de lo que sentimos que es el camino correcto y en las que es facilísimo caer. Debemos estar atentos y no despistarnos. Porque si caemos, detrás de la primera pequeña desviación vendrá la segunda; y casi sin que nos demos cuenta se presentará la tercera.
Hay un pasaje en el Evangelio en el que Jesús es tentado por el diablo, y es el siguiente:
Entonces Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Pero él le contestó: «Está escrito: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»». Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras»». Jesús le dijo: «También está escrito: «No tentarás al Señor, tu Dios»». De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras». Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y al él solo darás culto»». Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaban los ángeles y lo servían (Evangelio Mateo 4, 1 – 11).
Por alguna razón que a mí desde luego se me escapa, entre muchos creyentes está bastante asentada la idea de que el demonio no existe. Cuando en el Evangelio lo cierto es que aparece muchas veces, entre las que cabe destacar esta ocasión, en la que Jesús fue llevado al desierto específicamente para ser tentado. Fueron también numerosas las sanaciones de personas poseídas que Jesús hizo a lo largo de su vida pública.
Es cierto que reconocer la existencia del mal nos genera desazón, pero no por eso podemos obviarlo ni mirar para otro lado ni hacer como si no existiera. Es importante que aceptemos el Evangelio como un todo sin tratar de arrancarle las páginas que no nos gustan.
Como el mal y las tentaciones son algo que sabemos que va a estar siempre ahí en mi opinión es importante que no lo olvidemos y que tengamos claro qué clase de personas queremos ser y cuál es el estilo de vida que queremos vivir. Para poder poner rumbo a nuestra meta y avanzar hacia ella sin desviarnos. Si no la tenemos demasiado clara nos veremos envueltos por las modas y tendencias de cada momento e iremos dando tumbos en nuestras ideas y nuestros comportamientos, hoy en un sentido y mañana en otro, arrastrados por la corriente que se vaya imponiendo en cada momento.
Aún teniendo claro qué clase de personas queremos ser seremos tentados. Rara vez seremos tentados con cosas que supongan una ruptura drástica con nuestros ideales. Habitualmente las tentaciones más bien serán cosas sutiles, que supongan pequeñas desviaciones del camino correcto. Debemos de estar siempre al quite y no dejarnos envolver por este mundo que, en cuanto nos despistamos, termina haciéndonos dudar de nuestra Fe, arrastrándonos hacia un consumo desmedido y llevándonos a un egoísmo sin límites, en los que por supuesto no queda espacio ni para Dios ni para los demás.
Si vencemos a la tentación, como en este caso Jesús, sentiremos una gran satisfacción y esa será nuestra recompensa. Como también tuvo él su recompensa en esta ocasión «y he aquí que se acercaban los ángeles y lo servían».
Si caemos en tentación y después de haber caído nos arrepentimos de corazón, no debemos olvidarnos ni por un segundo de que Dios, sobre todo, es Padre. Siempre será un buen momento para volver a su lado y para volver a hacerle partícipe de nuestras vidas.
Por otro, pese a que caer en tentaciones es algo que ninguno deseamos en para nosotros mismos, no todo lo que trae consigo es malo. Porque son las épocas difíciles, de problemas, de dudas, de tentaciones, «de desierto», las que más facilitan el acercamiento a Dios. Y más se suele crecer en la fe en unos meses de dificultades que en años de buen pasar.
Tiene otra consecuencia buena la tentación una vez que es superada y es que nos hace tomar conciencia de nuestra debilidad y de nuestra pequeñez. Y nos facilita enormemente la comprensión con la debilidad los demás y esa empatía que tantas veces nos falta con quienes nos rodean.
Dios siempre se las arregla para sacar, incluso de las circunstancias adversas, grandes bienes.
La imagen es de Gerben van Heijningen en Flickr
Siempre me ha llamado la atención de esta narración evangélica, que Jesús y el Demonio dialoguen con la camaradería de dos colegas, y que incluso se vayan de un lado para otro como dos amiguetes que salieran a pasar juntos una tarde de domingo.
Un matiz: el mal como tal no existe, no lo creó Dios. El mal es ausencia de Bien, ausencia de Dios.