Jesús nos habla muchas veces en el Evangelio sobre lo necesario que es que centremos nuestra vida en lo que de verdad importa.  Y nos invita continuamente a que estemos preparados y a que no nos dejemos enredar por las muchas distracciones que nos rodean que, sin ser necesariamente malas, lo cierto es que nos acaban robando el tiempo, nos acaban robando el corazón y nos acaban distrayendo mucho de lo que debería ser lo esencial.  Y así, distraídos, y casi sin que nos demos cuenta, pueden pasarnos las semanas, los meses e incluso los años.

No debemos desperdiciar nuestra vida, dejando para más adelante eso que de verdad importa. Porque ninguno de nosotros sabemos cuánto tiempo viviremos ni cuáles serán las circunstancias que irán envolviendo nuestros días. ¿Por qué no ponernos en marcha ya?

«Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!».

Evangelio Marcos 13, 33 – 37

Pero debemos hacerlo sin agobios, sin prisas.

Aunque sea una disposición que cueste tener, cuando en nuestra vida ordinaria nos pasamos el día corriendo para llegar a cumplir con todas las responsabilidades y tareas que nos impone nuestra agenda. La prisa nos roba la paz; una paz que si no tenemos, difícilmente podremos transmitir.

Aunque sea una disposición que cueste tener, en este querido mundo nuestro en el que se ha impuesto la inmediatez y nos hemos acostumbrado a consumir películas, a hacer compras, a atender el correo del trabajo o a estar con los amigos, en el momento en el que nos apetezca, estemos donde estemos: basta con que llevemos con nosotros un dispositivo con conexión a Internet.

Debemos aprender a entender, sin desesperarnos, que las cosas del Cielo tienen una lógica distinta a las cosas del mundo. Y debemos aprender a entender también, que sus tiempos son diferentes y que la impaciencia es mala compañera de viaje en las cosas del Espíritu.

En nuestra mano está dar nuestro «sí, quiero» a Dios. Y tener la disposición que hace falta para llegar algún día a hacer del Evangelio nuestro estilo de vida. Una vez puestos en marcha, será Dios quien nos vaya regalando el crecimiento que convenga cuando vaya resultando más conveniente. Y debemos aceptarlo así, desde la confianza y la seguridad de saber que estamos en las mejores manos.

Pongámonos, muy en serio, en el camino del amor y disfrutemos del viaje en nuestro paso por este mundo.

La imagen es de ElisaRiva en pixabay

1 comentario

  1. El filósofo Byung-Chul-Han nos dice que la dispersión temporal no permite experimentar ningún tipo de duración y que la atomización de la vida supone una atomización de la identidad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.