Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.

Evangelio Mateo 5, 13

Con estas palabras nos invita Jesús, una vez más, a vivir para los demás. Y nos invita a hacerlo siendo la sal de la tierra, siendo de esas personas que, se encuentren en el entorno en el que se encuentren -familia, trabajo, amigos, vecinos o parroquia- facilitan que todo vaya bien: porque siempre están dispuestas a echar una mano, porque tienen tendencia a pensar bien y a disculpar, porque van de frente y no hacen críticas destructivas a espaldas de nadie, porque son discretas con la información que conocen de los otros o porque suelen estar de buen humor. Tienen problemas, como todos tenemos, pero los enfrentan con una actitud resiliente y con la seguridad de que la última palabra siempre la tiene Dios.

Estas personas, siempre al servicio del bien común y del bien del otro, viven la caridad casi sin darse cuenta 24 horas al día y 7 días a la semana. Su forma de estar en el mundo resulta contagiosa y tienen el poder de transformar los entornos en los que están. Como hace la sal con la comida que, aún siendo algo aparentemente insignificante, lo cierto es que transforma y realza todo su sabor.

Jesús nos alerta de que la sal puede volverse sosa. ¿Qué es nos quiere decir con esto?

Nos invita a que no nos relajemos y nos convirtamos en cristianos tan solo «de boquilla»: personas que nos decimos cristianas y que incluso vamos a misa los domingos pero que nuestro día a día lo vivimos alejados de Dios y de los demás. Porque es ese día a día lo que es verdaderamente importante y es esa vida cotidiana, con todas sus rutinas y todas sus limitaciones, la que hay que vivir desde el amor y desde el servicio. Sin más. Y sin menos.

Si no estamos atentos es relativamente fácil que nos quedemos sosos. Porque todo en el mundo que nos rodea nos invita a ello. La sociedad en la que vivimos lo que promueve es que cada uno vaya a lo suyo. Y esta pandemia con la que estamos conviviendo no ha hecho más que acentuarlo, porque nos ha obligado a aislarnos en nuestras casas, separándonos a los unos de los otros. Y ha resultado una excusa perfecta para ir, poco a poco, dejando abandonadas a su suerte a las personas más mayores, solas o en dificultad.

Quienes nos decimos cristianos pero no estamos pendientes ni de las cosas de Dios ni de las de sus hijos, tenemos difícil arreglo, porque ¿Cómo vamos a mejorar si creemos que estamos haciendo las cosas razonablemente bien y no sentimos que necesitamos de esa mejora? Es por eso que resulta difícil salarnos de nuevo.

Podemos, además, dar un peligroso anti testimonio con nuestra vida de lo que significa ser cristiano. Un anti testimonio que haga que otros que vienen detrás no quieran parecerse a nosotros y decidan por ello continuar su vida alejados del Cielo.

Debemos vivir en guardia para no dejarnos seducir por los espejismos del mundo. Y debemos, también, vivir sin miedo a vivir contracorriente, fieles a Jesús y a su Evangelio.

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