Yo creo que a todos, sin excepción, nos gustaría que el mundo en el que vivimos fuera mejor: querríamos que no hubiera hambrunas, querríamos que no hubiera gobernantes que abusan de su poder, querríamos que las personas no tuvieran que huir de sus países en busca de un futuro digno, querríamos que no hubiera dolor, querríamos que no hubiera corrupción, querríamos que no hubiera terrorismo, queríamos que no hubiera violaciones de los derechos humanos, querríamos que no hubiera guerras, querríamos…
Son situaciones importantes, que tienen gravísimas consecuencias para la vida de muchas personas y que a la mayoría de nosotros nos superan. Y nos superan porque vemos lejos de nuestro alcance no sólo el poder solucionarlos sino también el poder contribuir, aunque sea de una forma tangencial, a su solución.
Frente a ese sentir que «no podemos hacer nada» las personas reaccionamos de distintas maneras:
Algunos nos paralizamos, nos quedamos como bloqueados con sensación de impotencia. Otros nos quedamos revueltos, inquietos. A otros, ese sentir nos facilita una magnífica excusa para acomodarnos, hasta el punto de llegar a mirar hacia esos grandes problemas de la humanidad y del planeta incluso con cierta indiferencia.
Tanto si somos de esos que se quedan paralizados ante los grandes problemas como si somos de los inquietos como si somos de los que se acomodan hay algo que sí que está a nuestro alcance y que podemos hacer siempre y es actuar en nuestro entorno más cercano, ese con el que vamos conviviendo a lo largo de nuestra vida: todos tenemos capacidad de influir – y mucho – en lo que pasa en nuestras familias, en lo que pasa entre nuestros amigos, en lo que pasa en nuestros vecindarios o en lo que pasa en los distintos círculos en los que nos vamos moviendo.
Y el mejor sitio, en mi opinión, para empezar a construir un mundo mejor es empezar por nosotros mismos; por suavizar nuestros defectos y mejorar nuestra actitud y disposición hacia los demás. Eso sí que está en nuestras manos. Es más: solamente nosotros podemos hacerlo.
Todos tenemos recorrido hasta llegar a tratar a los demás – a todos los demás – como nos gustaría que ellos nos tratasen a nosotros, que es a lo que nos invita Jesús : “Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella; pues esta es la Ley y los Profetas“ (Evangelio Mateo 7, 12). En la medida en la que lo vayamos consiguiendo más iremos incidiendo también en la mejora de nuestros entornos.
Este tiempo de Adviento que está comenzando ahora puede ser un magnífico momento para hacer balance sobre la clase de personas que aspiramos a ser y sobre la clase de personas que somos hoy. Un balance en el que tratemos de identificar qué pasos podríamos ir dando para acercarnos hacia eso que nos gustaría ser. Un balance en el que tratemos también de identificar qué cosas debemos sacar de nuestras vidas porque nos impiden llegar a ser eso que querríamos ser. Un balance en el que valoremos cuánta coherencia hay entre nuestro comportamiento y los valores y la Fe que decimos profesar.
También es buen momento el Año Nuevo, en el que a algunos – entre los que tengo que reconocer que me incluyo – nos gusta empezar proponiéndonos algún reto en lo personal, más o menos confesable, con ese objetivo de irnos acercando poco a poco a esa persona que nos gustaría llegar a ser.
En cualquier caso, con Adviento o sin Adviento, con Año Nuevo o sin él, la cosa es que siempre estamos a tiempo para hacer balance y pulir esas actitudes que no nos gusta ver ni en los demás ni en nosotros. Cada uno las que tengamos.
Cierro este post con una honda y conocidísima frase que en en esta ocasión no es de Jesús, sino de Gandhi:
Se tú el cambio que quieras ver en el mundo
La imagen es de artistlike en pixabay
Hermoso🌷