Algo tan rico y tan fácil de preparar como unos huevos, una carne, una verdura o un pescado parece como que no sabe a nada si no lleva sal. Eso sí: le basta una pizca, unos cuantos granitos y, si la materia prima es buena, se convierte en un manjar.
Parece casi imposible que algo tan minúsculo – y tan baratísimo – tenga esa capacidad para cambiar un plato, pero así es. La sal es un condimento imprescindible para que la comida llegue a tener todo su sabor.
Hay un pasaje en el Evangelio en el que Jesús nos invita a que tengamos sal «en nosotros»:
«Buena es la sal; pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salaréis? Tened sal en vosotros y vivid en paz unos con otros«. (Evangelio Marcos 9, 50).
¿Qué quiere decirnos con eso?
Nos está invitando a que, igual que la sal deja en la comida todo su sabor, nosotros dejemos, allí donde estemos, sabor a Dios.
La forma de conseguir este efecto la sabemos: basta con que pasemos atentos a quienes nos rodean, a lo que puedan o no necesitar, estando dispuestos a echarles una mano cuando se tercie. Sin excusas: sin pensar demasiado si conocemos de algo a esas personas o no, sin pensar demasiado si nos viene bien o no, sin pensar siquiera si nos lo agradecerán o no. Se trata de dar sin más. Y sin menos. Nos pide una actitud, un espíritu de servicio, una disposición del corazón. De manera que, incluso cuando no hagamos nada en particular, ese sabor quede igual. Porque el regusto a Dios es un regusto a cariño, a amor, a caridad.
Se hace Jesús aquí también una pregunta delicada: ¿qué pasa si la sal se vuelve sosa?
Se refiere con esta pregunta Jesús a todos aquellos que somos cristianos tan solo de nombre: que estamos bautizados, que vamos a misa, que incluso rezamos … pero que no nos ocupamos de aquello que es más importante para Dios: sus hijos. Es aquí cuando esas palabras «misericordia quiero y no sacrificio» adquieren todo su valor. Porque ¿qué le importa a Dios que le hablemos largos ratos con palabras bonitas si desatendemos lo que para él es más valioso?.
Aquí en España tenemos un refrán que a mí personalmente me gusta mucho: «obras son amores y no buenas razones». Su sentido es claro: las palabras están muy bien, pero si no se traducen en obras se quedan huecas, se las lleva el viento sin más. Podemos decir a alguien que le queremos mucho; pero si llegado el momento en el que nos necesita no estamos a su disposición, le estaremos demostrando que ese amor no es verdadero.
Con las cosas de Dios pasa lo mismo: porque vayamos a misa, disfrutemos de las procesiones en Semana Santa, gustemos de ir a romerías o llevemos una medalla o una cruz colgada al cuello no somos cristianos: La seña de identidad del cristiano es el amor: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros” (Evangelio Juan 13, 35).
Quienes nos decimos cristianos y no nos ocupamos de los demás somos esa sal que se ha vuelto sosa … y salarla lo cierto es que tiene difícil arreglo. Porque para poder mejorar en una habilidad, una virtud o una actitud, es imprescindible, primero, reconocer y ser consciente de eso que no se está haciendo del todo bien. Si sentimos que somos buenos cristianos, aunque realmente la cosa no sea del todo así, la mejora está complicada.
En otra ocasión, con una invitación similar, diría Jesús «Vosotros sois la sal de la tierra». (Evangelio Mateo 5, 13).
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El cristianismo no es una moral ni una ética de amor. El cristianismo, antes q todo esto, es una Persona: es Cristo, y el amor, nace de tenerlo a Él en el corazón.
El obispo de San Sebastián repite constantemente q es retorcido el contraponer la misa y la oración con el amor al prójimo! El amor a Dios y el amor al prójimo no se contraponen, sino q se supeditan, esto es, no puede subsistir el uno sin el otro ni el otro sin el uno.
Al final, el amor al prójimo (la sal) se volverá sosa si no amas a Dios, y tu amor al prójimo acabará siendo una moral vacía, un sepulcro blanqueado, un metal q resuena, una vanidad. La vanidad (q impera en este mundo) de querer amar desde tus fuerzas, no desde la Gracia.
La soberbia de pretender amar al prójimo sin amar a Dios.
El artículo está muy bonito… pero le falta la Sal.
Creo que el amor al prójimo deriva o procede del amor a Dios.
Así es.