Durante nuestra vida en la tierra, incluso las personas más felices, atravesamos temporadas difíciles cuando convivimos con los agobios o se nos acerca el dolor de una u otra forma (enfermedades, deslealtades, desamores, desempleos …).
También sufrimos cuando vemos sufrir a los demás. A mí, en particular, me revuelve muy especialmente el dolor que podría evitarse porque es provocado por los hombres: como el de todas aquellas personas que han tenido que huir de Siria o el de quienes de una u otra forma están sufriendo los atentados que estos días se están simultaneando por todo el mundo: son sinsentidos, generadores de terribles injusticias, que rompen para siempre las vidas de miles de personas.
En ocasiones está en nuestra mano hacer algo, pero otras muchas veces no es así y cuesta contemplarlo sin más. El pilar en el que yo, personalmente, me apoyo siempre es el mismo: viviremos una vida después de esta en la que por fin se compensarán con creces todas las injusticias de este mundo. Y será eterna. Allí cambiarán las tornas.
Fue el propio Jesús quien adelantó a los suyos en la Última Cena que resucitaría tras su muerte. Y también nosotros:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros. Y donde yo voy ya sabéis el camino«. (Evangelio Juan 14, 1 – 4).
La vida de Jesús fue una vida entera dedicada a los demás: ya renunció al Cielo para hacerse hombre y una vez aquí en la tierra vivió para enseñarnos a través de sus palabras y a través de sus obras que lo único importante en la vida es el amor al Padre y el amor a los hombres. Su mensaje fue revolucionario y cuajó rápido entre las personas de buena voluntad; y muy especialmente entre aquellos que de un modo u otro estaban marginados, porque se sintieron incluidos, queridos y con una religión accesible. Tanto fue así, que los escribas y fariseos – quienes supuestamente se dedicaban en nombre de Dios a guiar al pueblo – sintieron amenazada su posición de privilegio y pronto decidieron acabar con su vida. Jesús, por defender la verdad hasta el final, se dejó matar.
Si la cosa hubiera finalizado ahí, con ese Jesús clavado en la cruz, lo cierto es que habría terminado en un rotundo fracaso. Pero afortunadamente no fue así y el Padre lo resucitó.
La alegría que esta resurección supuso para los apóstoles tuvo que ser inmensa: porque con ella constataron que no se habían equivocado dejándolo todo para ir tras él y que seguir a Jesús había merecido – y mucho – la pena. Más adelante el Padre les enviaría el Espíritu Santo, que les daría la luz y la fuerza necesarias para dedicar el resto de sus vidas a extender el cristianismo por el mundo entero, dando con ello sentido a la vida de millones de personas, desde entonces hasta hoy.
Para nosotros, 21 siglos después, es igualmente trascendente el saber que hay una vida, ya eterna, después de esta:
Dios nos creó libres y con esa libertad, en el marco de nuestras circunstancias, cada uno de nosotros escoge el estilo de vida que quiere llevar: hay quienes escogen el estilo de vida que nos propuso Jesús, el del servicio a los demás – aunque unos días se consiga más que otros – y quienes escogen vivir ocupándose fundamentalmente de si mismos. Sólo la primera de las dos opciones da sentido a la vida y lleva consigo la felicidad aquí en la tierra. Y solo ella facilita el acceso al Cielo tras la muerte. Pero hemos de querer escogerla y vivirla, aunque sea con tropezones, porque al final de nuestra vida se nos pedirá cuentas de lo que hemos hecho con ella y tan sólo por el amor que hayamos sembrado – o no – seremos juzgados.
Ese Juicio y esa vida eterna compensarán, y con creces, las injusticias, los desamores, las miserias y los horrores que estamos contemplando cada día en el mundo. Y ahí, ya sí, viviremos sin dolor ni egoísmos y nuestra felicidad alcanzará su plenitud.
Síííí !!!!
Señor resucitó aleluya, aleluya!!
Feliz Pascua de resurrección, Marta!