Amén es una palabra de origen hebreo que suele traducirse como así sea o así es. Decir amén es proclamar que se está de acuerdo y se tiene por verdadero lo que se acaba de decir*. Es también la fórmula que utilizamos los cristianos para concluir nuestras oraciones.

Habitualmente es una palabra en la que no reparamos y que decimos casi del tirón al rezar. Pero es una palabra que tiene su importancia, porque con ella también expresamos un deseo.

Normalmente terminamos con un amén las oraciones ya hechas que hemos aprendido. Con ese amén, según la oración de la que se trate, estaremos expresando un deseo de fraternidad, un deseo de que se instaure cuanto antes el reino entre nosotros, un deseo de que nos libren del mal o un deseo de que nos protejan desde el Cielo.

En nuestro trato con el Cielo también podemos -y debemos- salir de las oraciones ya hechas, y tratar con Dios más libremente, de la misma manera que conversamos con nuestros padres de aquí de la tierra. En los días bonitos y en los que no lo son tanto. Cuando las cosas nos van bien y también cuando se nos acumulan los problemas y perdemos el sueño. Podemos hablar con ese Dios que es, sobre todo, Padre, para darle gracias, para buscar consuelo, para pedirle luz, para desahogarnos, para buscar paz, para pedirle ayuda o, simplemente, para estar con Él sin más. Y sin menos.

Los ratitos de oración también son los espacios de los que muchas veces se vale Dios para inspirarnos o para ponernos en el corazón algo en lo que puede que ni hubiéramos pensado. No conviene que se los robemos porque en el resto de nuestra vida -al menos en la mía- suele haber tanto ruido y tanta velocidad que resulta difícil tener una disposición personal que facilite la escucha.

Es un lujo poder pasar tiempo con Dios. Y, por alguna razón que a mí se me escapa, es algo a lo que muchos de nosotros no damos demasiada importancia. Pero la tiene.

Al igual que cuidamos las relaciones del mundo para que puedan crecer en confianza, en cariño o en intimidad, debemos cuidar las relaciones del Cielo. Porque no son tan diferentes.

Una oración especial para Dios es sin duda la oración en comunidad. Es especial porque une con los lazos del Espíritu a quienes rezamos juntos. Es especial porque nos hace sentirnos parte de algo más grande, algo que está muy por encima de nosotros y que da sentido a nuestras vidas. Es especial porque es una forma de participar activamente en esta querida Iglesia nuestra, de la que somos parte y también corresponsables. Es especial porque fue el propio Jesús quien nos prometió que cuando dos o más nos reuniéramos en su nombre, Él estaría en medio de nosotros.

En las oraciones en comunidad nuestro amén expresa un deseo compartido que tiene mucha, mucha fuerza a los ojos del Cielo.

La imagen es de pexels en pixabay

*La definición de amén está tomada de la wikipedia

1 comentario

  1. Me ha encantado este artículo, y sobre todo, animado a intentar detenerme cada día para hacer un rato de oración

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