Después de un año trepidante, en el que hemos continuado viviendo tiempos de cambio, tiempos de incertidumbres, tiempos de reajustes, tiempos en los que como humanidad, como sociedad y como personas de andar por casa hemos tenido que aprender a hacernos más resilientes, llega de nuevo a nuestra vida el Adviento: un espacio en el año en el que se nos invita a parar, a hacer balance y a preparar el corazón para recibir a ese Niño que quiere nacer de nuevo en todos nosotros y transformar nuestra mirada y nuestra forma de estar en el mundo.

Es muy buena cosa, creo yo, que celebremos el Adviento una vez al año. Porque lo cierto es que cada año es un acontecimiento que podemos y debemos vivir como si fuera nuevo: ninguno de nosotros somos hoy las mismas personas que fuimos hace un año ni somos las mismas que seremos dentro de un año por estas fechas; también son cambiantes nuestras circunstancias y nuestro momento vital. Y será siempre distinto lo que el Adviento nos inspire y lo que traiga a nuestro corazón y a nuestra vida.

Es tiempo de tomar conciencia de todo lo bueno que tenemos y de sentirnos agradecidos por todo lo que nos ha sido regalado. ¿Cómo no sentir un profundo agradecimiento por los talentos con los que nacimos, la familia y los amigos que nos acompañan en el camino de la vida, la salud, el trabajo o la Fe? Lejos de vivir como si los tuviésemos por méritos propios o como si siempre fueran a estar ahí, debemos valorarlos como el tesoro que son y disfrutarlos intensamente durante todo el tiempo que los tengamos con nosotros.

Es tiempo de hacer balance, de identificar qué cosas estamos haciendo bien y qué cosas deberíamos estar haciendo mejor. Sin paños calientes. Sin echar balones fuera. Para aprender de nuestros aciertos y también de nuestros errores. ¿Cómo, si no, vamos a mejorar?

Es tiempo de ordenar nuestra vida. Sacando de ella lo que no nos hace bien y también lo que, simplemente, nos desvía de lo que debería ocupar nuestro pensamiento, nuestras preocupaciones y nuestro tiempo. El Adviento es también tiempo de conversión.

Es tiempo de prepararse para dejar que ese Niño pueda entrar, de verdad, en nuestra vida, para que sea él quien guíe los pasos que vamos dando en nuestro caminar: mientras más cabida le demos, más luz nos irá regalando y más iremos acertando con las decisiones que vamos tomando. Decisiones que irán siguiendo, cada vez más, la lógica del Cielo y que muchas veces resultarán desacertadas a los ojos del mundo.

Ojalá seamos capaces de atravesar este preciosísimo espacio del año de puntillas por las luces, las compras o las comidas lujosas. Es tiempo de centrarnos en lo esencial y de ponernos en marcha, sin pausa pero sin prisa, camino al Cielo. Ese Cielo que podemos empezar a vivir ya aquí en la tierra.

La imagen es de congerdesign en pixabay

1 comentario

  1. De las cuatro propuestas «Es tiempo de…» creo que la última es la que mejor se corresponde con el tiempo de Adviento. Qué bueno sería que con el niño Jesús entrara un poco se inocencia en nuestros corazones.

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