Los cristianos -y quienes aspiramos a serlo- debemos ser personas que busquemos la paz y que, en la medida en la que esté en nuestra mano, la facilitemos en los entornos en los que cada uno nos vamos moviendo: nuestras familias, nuestros grupos de amigos, nuestros vecinos, nuestros compañeros de clase o nuestros compañeros de trabajo.
Unas veces facilitaremos esa paz quitando importancia a un mal gesto, otras veces será perdonando, otras será mediando para que otros se perdonen, en ocasiones será cargando con el trabajo de otros para quitarles agobios y tensiones, otras será cortando esas murmuraciones a las que somos tan dados muchos de nosotros, otras será…
Muchas veces tendremos que hacer renuncias en favor de la paz. Bien hechas estarán. Pero hay algo que nunca, nunca, nunca debemos permitir y es que la paz esconda injusticias debajo de la alfombra. Porque una paz construida sobre injusticias está mal llamada paz. O, cuanto menos, está bien lejos de la paz que Jesús nos invitó a tener entre nosotros. No podemos construir la paz a cualquier precio.
«No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar paz, sino espada. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará«
Evangelio Mateo 10, 34 – 39
Nosotros estamos llamados a sentirnos corresponsables de lo que pasa a nuestro alrededor y debemos involucrarnos activamente en los problemas de los otros, muy especialmente cuando sufren situaciones de abuso. Debemos hacerlo, en primer lugar, porque es lo justo. Pero debemos hacerlo también para impedir que el abusador se venga arriba, se haga más fuerte y abuse cada vez un poco más.
Y eso, que es tan fácil de entender y que tratamos de hacer vida desde los entornos en los que cada uno nos movemos, debería ser igual a nivel político.
Estos días estamos presenciando, perplejos, cómo Rusia ha decidido invadir Ucrania para quedársela. Así, sin más. Y, para hacerlo, ha elegido un momento en el que nuestro mundo está muy tocado, porque está saliendo de una pandemia que ya va para dos años, que se ha llevado por delante muchas vidas y ha hecho tambalearse muy seriamente a la economía mundial.
La guerra que ya está teniendo, de hecho, lugar en Ucrania dejará a su paso una estela de más dolor, más vidas rotas, más desestabilización económica e importantes movimientos migratorios de gentes que se verán obligadas a dejar su tierra, su trabajo y su vida atrás para vivir en un lugar seguro.
Estamos presenciando, una vez más, cómo el fuerte, ansioso de poder, trata de comerse al débil por la fuerza. Y eso es algo que no podemos permitir. En primer lugar, porque el pueblo ucraniano no lo merece y, en segundo lugar, porque no se puede tolerar que Rusia se siga viniendo arriba y decida, mañana, dar otro paso más.
Toca hacer hasta lo imposible por cuidar del pueblo ucraniano. Cada uno en la medida en la que pueda hacerlo.
Toca hacer frente de una manera muy contundente a Rusia. Sin paños calientes. No podemos mirar para otro lado.
La imagen es de kieutruongph en pixabay
Estoy totalmente de acuerdo con lo que dices y no podemos olvidar nos que hay pecados de omisión y el no hacer nada ante tal injusticia seria uno de ellos
Hay pasajes de los evangelios que son difíciles de entender. Éste es uno de ellos. Aparte de eso, el artículo es excelente y está muy traído a las circunstancias del momento.