
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera
Evangelio Mateo 11, 25 – 30
Tomó la palabra Jesús y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
La imagen es de Katrina en pixabay
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¿A quiénes regala Dios su luz?

La doctrina que nos trajo Jesús es sencilla. Sencilla y muy honda a la vez. Pero sencilla. Tanto, que Jesús nos la resume en una regla de oro para ir por la vida que realmente está al alcance de cualquiera: “Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella; pues esta es la Ley y los Profetas“(Evangelio Mateo 7, 12).
Para entender esa doctrina suya no hace falta ni ser muy inteligente, ni ser un erudito ni tener estudios de teología. Ni siquiera hace falta ser adulto. Para entenderla – entenderla con profundidad – hace falta una luz que es Dios quien la regala. Y la regala a quien quiere y cuando quiere.
Aunque lo cierto, es que sabemos que tiene predilección por los pequeños a ojos de los hombres, por la gente más sencilla
Venid a Mí los cansados y agobiados

A lo largo de la vida todos pasamos etapas complicadas en las que parece que todo se nos desestabiliza y el agobio nos invade: enfermedades, deslealtades, desempleo, estrecheces económicas, … la lista podría ser bastante extensa.
Otras veces, somos nosotros mismos quienes nos generamos esa desazón de la nada, imaginando situaciones que no han ocurrido y que en la mayoría de los casos ni siquiera llegan a ocurrir nunca
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