La doctrina que nos trajo Jesús es sencilla. Sencilla y muy honda a la vez. Pero sencilla. Tanto, que Jesús nos la resume en una regla de oro para ir por la vida que realmente está al alcance de cualquiera: “Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella; pues esta es la Ley y los Profetas“ (Evangelio Mateo 7, 12).
Para entender esa doctrina suya no hace falta ni ser muy inteligente, ni ser un erudito ni tener estudios de teología. Ni siquiera hace falta ser adulto. Para entenderla – entenderla con profundidad – hace falta una luz que es Dios quien la regala. Y la regala a quien quiere y cuando quiere.
Aunque lo cierto, es que sabemos que tiene predilección por los pequeños a ojos de los hombres, por la gente más sencilla:
Buena parte de los apóstoles de los que Jesús se rodeó – sus íntimos, sus escogidos – eran pescadores de profesión. Y fue con ellos con quienes decidió convivir, y fue a ellos a quienes mejor instruyó y fue a ellos a quienes les encomendó tras su muerte y resurrección la singular tarea de extender su mensaje por el mundo entero. Y le dieron tan buen resultado que dedicaron a ello su vida entera y lo consiguieron.
Igualmente, durante los años que duró su vida pública, Jesús se rodeó muy preferentemente de personas con poco reconocimiento social. Porque él «no vino a curar a los sanos sino a los enfermos» (Evangelio Mateo 9, 12). Y tan pronto daba la cara un día por la adúltera como otro día comía en casa del publicano Zaqueo: porque a Jesús nunca le importaron las apariencias, leía en los corazones y supo ver en ellos personas que, si bien no llevaban una vida ejemplar, sí que tenían el corazón presto para arrepentirse, cambiar y volverse a Dios y a sus hijos.
¿Quienes no supieron entender su mensaje?, ¿quiénes no supieron ver al Mesías en Jesús ni al Padre en sus obras y en sus palabras? Pues precisamente los religiosos de entonces, los eruditos, los que conocían con tanta profundidad la Escritura que se dedicaban a enseñarla a quienes no la conocían. Y no supieron verlo porque vivían demasiado encantados con el reconocimiento social del que gozaban. Y en Jesús – pese a ver sus milagros y escuchar la sabiduría de sus palabras – en lugar de ver al mismísimo Dios lo que vieron fue una amenaza para su estatus social. Y no pararon hasta verlo condenado y clavado en una cruz.
De ahí las palabras de Jesús “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños” (Evangelio Mateo 11, 25).
Esto que ocurría entonces sigue ocurriendo a día de hoy exactamente igual: porque no llega a comprender la hondura del mensaje de Jesús el que se empeña en ello, el que tiene mucho talento o el doctor en teología: las cosas de Dios sobrepasan tanto a las capacidades de los hombres que tan solo las conoce con profundidad aquel a quien el Padre se las quiera revelar.
Y ¿a quiénes regala preferentemente Dios esa luz? se la regala, igual que entonces, a quienes sin ser necesariamente eruditos, son limpios de corazón y sabios a los ojos del Cielo.
Y se lo va regalando de manera más y más abundante a aquellos que más van viviendo con ese espíritu suyo que no es más que el de la fe y el amor a los demás; en los que habitualmente crecemos, casi sin darnos cuenta, desde esas pequeñas grandes vivencias que componen nuestra vida cotidiana.
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Me encanta que Dios nos dé Su Luz!!
No se imaginan los «que se creen muy sabios» que amando al prójimo, llege uno a amar a Dios tanto. No hay palabras para describir ese amor, tan grande y lo vas viendo normal en tu vida.
…es verdad, hasta un niño lo entiende: no le hagas a los demás lo q no te gusta q te hagan.
Bienaventurados los limpios de corazón pq ellos verán a Dios!
Gracias por compartir tu luz 😉