Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo

Evangelio Juan 8, 1 – 11

Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

La imagen es de Katrina en pixabay

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Querer al otro tal y como es

A quienes no estamos demasiado avanzados en el camino del amor, más allá de nuestras familias y nuestros amigos más íntimos, nos resulta fácil querer a quienes se portan bien con nosotros, o a aquellas personas hacia las que sentimos afinidad. Fuera de esos límites nos cuesta ser generosos. E incluso dentro de esos límites también nos cuesta serlo, siendo un defecto tremendamente común entre nosotros el querer cambiar a los demás, para que se vayan amoldando o adaptando a lo que a nosotros nos gustaría que fueran. Nos cuesta aceptarlos como son y quererlos sin más

Decidir sin miedo a equivocarnos

A lo largo de nuestra vida tomamos muchas decisiones.

Habitualmente decidimos sobre pequeñas cosas del día a día que no presentan ninguna dificultad, pero otras veces la cosa no está tan fácil. Y en ocasiones nos ocurre que incluso nos paralizamos frente a una decisión porque no sabemos qué es lo correcto … no tenemos demasiado claro qué es lo que está bien y qué es lo que está mal y cómo debemos, por tanto, posicionarnos.

Jesús nos da la clave para decidir en estos casos sin equivocarnos

El valor de la cercanía

A la mayoría de las personas nos gustan enormemente los primeros puestos; nos gusta figurar y sobre todo, nos encanta ser reconocidos por los demás como referentes, sea en el ámbito que sea: como profesionales, entre nuestros compañeros de clase o entre nuestros amigos. Lo mismo da. Vivimos y actuamos mucho de cara a la galería – a lo que ahora llamamos “postureo” – y disfrutamos mostrándonos como triunfadores. Los reconocimientos se nos suben a la cabeza con facilidad y, cuando esto ocurre, suele invadirnos una sensación como de superioridad que nos cambia la mirada que tenemos hacia los demás. Y es precisamente ahí donde está su peligro

Jesús y la mujer

Jesús siempre tuvo una especial debilidad por las personas más vulnerables. De ahí, por ejemplo, su sermón del monte, en el que llama nada menos que bienaventurados a los pobres, a los mansos, a los que lloran o a los que tienen hambre y sed de justicia. Muchas personas vulnerables había en la sociedad de entonces; entre ellas, por supuesto, se encontraban las mujeres, por el rol tan secundario y tan dependiente de los hombres al que las tenía relegadas la sociedad.

Jesús vivió con un profundo respeto hacia ellas. Y en su vida lo cierto es que las mujeres jugaron un papel especialmente relevante

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