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Por lo que de Jesús quedó recogido en el Evangelio sabemos que fue un hombre bueno, generoso, valiente, fiel, perseverante, astuto… sus cualidades realmente fueron muchas pero a mí, personalmente, lo que más me admira de él  es la misericordia que siempre demostró tener, junto a esa capacidad para ponerse en la piel del otro y para sufrir con el que sufre. A eso ahora lo llamamos empatía y nos parece un término muy «cool» para un concepto supermoderno, pero lo cierto es que se trata de una cualidad del ser humano tan antigua como el hombre… como el hombre sensible a los sentimientos y necesidades de las personas que le rodean. 

Hay un pasaje del Evangelio en el que se ve claramente esta cualidad de Jesús:

Poco tiempo después iba camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo: «No llores». Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!». El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante. (Evangelio Lucas 7, 11 – 17).

Son muchos los pasajes del Evangelio en los que se explicita que Jesús y el Padre requieren de Fe para hacer milagros. Fe, se entiende, por parte de quien se va a beneficiar de ese milagro. En alguna ocasión, de hecho, se explicita en el Evangelio lo contrario: cómo en ocasiones Jesús no pudo hacer milagros por la falta de Fe. Para mí esto es algo que resulta un poco misterioso, puesto que Jesús y el Padre todo lo pueden. Pero así es.

Ahora, al igual que entonces, Dios sigue requiriendo habitualmente de nosotros esa esperanza y esa Fe para intervenir activamente en nuestras vidas. Y mientras más esperanza y más Fe ponemos en el Padre, más facilitamos su intervención.

El caso que aparece en este pasaje del Evangelio es excepcional, porque nadie demanda la ayuda de Jesús: esa viuda que estaba en aquel momento acompañando el ataúd de su hijo para enterrarlo no le pide nada y tampoco lo hacen quienes la estaban acompañando. No le piden nada y, por lo tanto, no ponen su Fe. Pero Jesús la ve, se remueve por dentro, se compadece de ella y le regala un milagro no solicitado. Le regala lo que a buen seguro ella más deseaba en el mundo y lo que no podría ni siquiera imaginar que pudiera darse: devuelve la vida a su hijo.

¿Pensaría Jesús en cómo María atravesaría por esa misma situación algo después? Es posible, pero no lo sabemos. Lo único que sabemos es que Jesús supo ponerse en la piel de aquella viuda y su dolor le tocó el corazón.

Esa sensibilidad hacia los demás, ese entender el dolor del que sufre y ese sentir como propio su dolor es lo que nos pide también a nosotros. Y, por supuesto, que actuemos en consecuencia, haciendo por ellos lo mismo que nos gustaría que ellos hicieran por nosotros.

Una vez que se cuenta con esa disposición, ponerse en la piel del otro no es difícil, pero hay que facilitar que se pueda dar. Y para que se pueda dar, en mi opinión lo primero que debemos quitar son las prisas. Porque con ese corre-que-te-pillo que llevamos a lo largo de todo el día para poder alcanzar a terminar con el sinfín de tareas con las que nos cargamos, poco margen nos queda para mirar al otro y para tratar de ponernos en su lugar.

Nosotros no podemos hacer milagros en favor de los demás. Claro que no. Pero podemos poner a su disposición lo que cada uno tengamos: conocimiento, capacidad de escucha, dinero, consejo, un hombro en el que llorar, una caña con la que celebrar, compañía en la soledad… Dios no nos pide más. Tampoco menos.

La imagen es de Shenghung Lin en flickr

4 comentarios

  1. Me gusta la forma sencilla de exponer y me hace bien leer …parte del Evangelio…. Aunque siempre veo gente que dice ser cristiano y hacen todo lo contrario…

  2. Jesus de Nazareth con su principal enseñanza (amaras al prójimo como a ti mismo) ya nos muestra que la empatía es base de la civilización para su evolución ascendente!

    1. En consecuencia creo que deberíamos centrarnos en desarrollar la empatía, por ejemplo pensando, sintiendo… es decir meditando con la siguiente expresión: …tod@ es a un@ como un@ es a tod@… de esta forma tendremos esperanza como individuos tanto como colectivo! E M P A T Í A

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