Evangelio apc Padre e hija de paseo

En el mundo que nos rodea se habla mucho del amor. Es un concepto que centra miles de conversaciones diarias, miles de anuncios, miles de canciones y miles de películas. Y es algo que, además, a todos nos interesa. Como prueba de ello una curiosidad: el término «amor» se busca 22 millones de veces al año en el buscador de Google  y el término «love» 49 millones.

El problema, en mi opinión, es que usamos la misma palabra para hablar de cosas que realmente son muy distintas entre sí. De hecho, para lo que habitualmente la usamos es para referirnos a esa etapa chico-conoce-chica, chica-conoce-chico o para referirnos al amor carnal.

Y el amor – amor verdadero – al que nos llaman Jesús y el Padre es algo que está muy por encima de eso.

¿Qué tiene de singular ese amor verdadero?      

El amor verdadero al que somos llamados tiene de singular que es universal:

Muchos de nosotros tenemos una clara tendencia a querer mucho a nuestras familias y a nuestros amigos. De estas personas – nuestro núcleo duro – nos ocupamos y con ellas nos desvivimos. Pero pare usted de contar. Lo que pase más allá de ese núcleo duro no nos importa demasiado.

Jesús y el Padre nos invitan, sin embargo, a que nuestra disposición sea la de amar a todos. Es claro que no a todo el mundo podemos querer con la intensidad con la que queremos a nuestros padres o a nuestros hijos; y no nos piden eso. Pero sí que nos invitan a interesarnos por todas las personas que van pasando a nuestro lado en el camino de la vida, a preocuparnos por sus cosas y a ocuparnos activamente de ellas cuando sea preciso.

El amor verdadero al que somos llamados también tiene de singular que no es un amor de mínimos, sino de máximos:

Es común entre nosotros contentarnos con no hacer mal a nadie. Pero eso es tremendamente pobre. De hecho, es una actitud frente a la que Jesús nos previene. El pasaje del Evangelio sobre el Juicio Final, cuando trata este tema, es duro y claro: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis»  (Evangelio Mateo 25, 41-43).

¿Cómo podemos conformarnos con no hacer mal a nadie?, hay que pasar por la vida regalando bienes: el amor es servicio.

Es más, la invitación que nos hacen Jesús y el Padre es a ser tan generosos, que seamos capaces de anteponer las necesidades de los demás a las nuestras.

El amor verdadero es comprensivo y perdona:

Sabe ponerse en la piel del otro, entenderlo y ser compasivo con sus faltas, perdonando y olvidando posibles ofensas y faenas.

San Pablo lo explica de una manera  preciosa:

El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (Corintios 13, 4-7)

La imagen es de Pexels en pixabay

4 comentarios

  1. Hemos nacido para amar. Es nuestra vocación: amar con toda intensidad, en plenitud.
    Sin encargo… (y hablo por mí) q lejos estamos de este ideal…
    Heridos por el pecado original y por nuestra propia historia personal de pecados… nos inclinamos más de lo que quisiéramos hacia el egoísmo, la vanidad, la pereza…
    Pero opino como tú: Yo también rompo una lanza a favor de ese Amor con mayúsculas que escribes en tu artículo.
    Confiemos en la Gracia del Señor!

  2. El amor de pareja es para mi el amor más grande y natural que puede existir en la tierra, y además con el sacramento del matrimonio experimenta una transustancialización (Martín en el discurso de la boda) que lo engrandece más aún.

  3. Gracias Marta por recordarnos que el verdadero Amor es servicio, ahora que es verano y tenemos más tiempo para ponerlo en práctica con los demás

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