En ocasiones nos asaltan dudas frente a decisiones importantes que tenemos que tomar. Otras veces nos asaltan dudas sobre cosas pequeñas, más propias del día a día. En otras, nos inquietan dudas relacionadas con nuestros sentimientos o con nuestras creencias, y esas dudas nos hacen tambalearnos. Pero no debemos agobiarnos demasiado por sentirlas: las dudas son una parte inseparable de nosotros y contribuyen enormemente tanto a nuestro aprendizaje como a nuestro crecimiento personal y espiritual.

Pero en este mundo en el que las apariencias cuentan tantísimo y que nos empuja a mostrarnos siempre fuertes y seguros, nos cuesta mucho asumir que tenemos dudas y aún más nos cuesta reconocerlo. Y, tanto es así, que en ocasiones tratamos de guardarlas al fondo de un cajón, bien escondidas para que no se vean, con lo que lo normal es que se nos hagan más grandes y más pesadas. Porque los problemas, habitualmente, cuando no se enfrentan, con el paso del tiempo no desaparecen, sino que crecen.

Las etapas en las que tenemos dudas -dudas importantes, de esas que nos hacen tambalearnos- son etapas difíciles, de desierto, que nos tienen inquietos, y en ellas no es raro que nos sintamos como bloqueados… ¿cómo avanzar sin pisar tierra firme?

En esas etapas de desierto, bastan algunas certezas, de esas que son pilares capaces de sostenernos a pesar de los huracanes en los que podamos sentirnos envueltos:

La certeza de que siempre contamos -o siempre podemos contar- con ese Dios que, sobre todo, es Padre, y que siempre está dispuesto a escucharnos, a consolarnos, a abrazarnos. A pesar de nuestras dudas -por gordas que sean- y a pesar de todas las miserias que podamos llevar en el corazón. ¿Quién como Dios para comprendernos?

La certeza de que cuando tomamos decisiones o damos pasos en nuestra vida con buena disposición del corazón, desde el amor y el espíritu de servicio, esas decisiones que tomemos y esos pasos que demos serán para bien. Dios siempre se las arregla para que sea así.

De los períodos de dudas se termina saliendo. Y se termina saliendo, casi siempre, fortalecido:

Porque de esas etapas nuestras de desierto muchas veces se vale Dios para invitarnos a perseverar, fortalecernos en la Fe y hacernos crecer: mucho más se crece en un año de dudas que durante años de estabilidad. ¿Quién no lo ha experimentado?

Porque cuando todo va bien y parece que la vida nos sonríe, tendemos a sentir que nos lo hemos ganado, que nos lo merecemos, que todo nos va bien por nuestros méritos. Y pueden presentarse las soberbias e invadirnos ese sentimiento de que podemos con todo. Las etapas de dudas nos recuerdan nuestra pequeñez y nuestra vulnerabilidad. Y lo mucho que necesitamos, como niños que somos, ponernos en las manos de Dios. Muy especialmente si esas dudas nos llevan a caer en tentación y dar pasos que nunca deberíamos haber dado.

Porque el habernos sentido pequeños y habernos sentirnos vulnerables nos hace entender y empatizar mucho mejor con quienes se sienten así. Que son muchos. Y van pasando constantemente a nuestro lado en el camino de la vida.

La imagen es de pexels en pixabay

2 comentarios

  1. Porque el habernos sentido pequeños y habernos sentirnos vulnerables nos hace entender y empatizar mucho mejor con quienes se sienten así. Que son muchos. Y van pasando constantemente a nuestro lado en el camino de la vida.
    Bravo!

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