«En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Evangelio Mateo 25, 40).
Esta frase está entresacada del pasaje del Evangelio en la que Jesús describe el Juicio Final: explica cómo cuando llegue el momento, separará a unos y a otros, y dirá al grupo de los justos, situados a su derecha: «Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme«. Y cuando los justos le pregunten cuándo hicieron eso, es cuando Jesús les responderá «En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis«.
Sobre el Juicio Final escribiré otro post más adelante. Porque merece la pena reflexionar sobre cómo al final de nuestros días se nos juzgará únicamente por el amor que hayamos repartido aquí en la tierra. Pero ahora quería centrarme solamente en la frase destacada, por la profundidad que encierra:
Leída en el sentido en el que está escrita lo que dice es que para Jesús son tan importantes los hombres que lo que hagamos con ellos, Él lo siente como si se lo hiciésemos a Él mismo. Tal es lo que los quiere. Salvando las distancias, lo cierto es que esto es algo fácil de entender para quienes somos padres aquí en la tierra ¿acaso no sentimos que lo que le hagan a un hijo nuestro es como si nos lo hicieran a nosotros mismos?, tanto si es un cuidado, un detalle, una ayuda, un cariño, como si es una faena o una deslealtad.
Pero ¿y si miramos la frase en otro sentido?. Si le damos la vuelta caeremos en la cuenta de que cada uno de nosotros es tan importante para Él, que lo que nos hagan es como si se lo hicieran a Él mismo. Y tanto es así, que el resultado del juicio de las personas que nos han rodeado a lo largo de nuestra vida dependerá, en parte, de cómo se hayan portado con nosotros: de si nos han cuidado, de si nos han atendido, de si nos han querido ….
Es muy impresionante tomar conciencia de la profundidad de ese amor que nos tiene Jesús.
Estos días , que estamos entrando en la Semana Santa, son ideales para tenerlo especialmente presente; y también que Jesús vino al mundo para enseñarnos que la seña de identidad de los suyos es el amor. Y que por defender la Verdad hasta sus últimas consecuencias, tuvo que vivir la Pasión, llegando incluso a dar la vida por nosotros. Por cada uno de nosotros. No se puede dar más.
La imagen es de dimasik en cathopic
Me parece muy importante la aclaración que hace Marta al texto de san Mateo. Mientras san Mateo dice que lo hicisteis «con uno de estos», Marta dice «cada uno de nosotros», poniendo de relieve que el amor de Dios se aplica a cada hombre o mujer como individuos y no como componentes de un grupo, lo que, además, es coherente con el texto de la semana pasada, donde a cada individuo se le asigna su tiempo propio. Es como si dijéramos que el modo de ser de Dios no es amar a la humanidad sino amarnos a cada uno de nosotros.
El catecismo enseña* q la salvación también es por amor a Dios. Amor a Dios y amor al prójimo, es un binomio inseparable, aunque en nuestra cultura actual hay tendencia a separarlos y a contraponerlos.
Pero son dos amores q no debemos contraponer pues se complementan, es más, se supeditan el uno al otro: mientras más amamos a Dios más amaremos al prójimo y viceversa.
El primer mandamiento es amar a Dios (y el segundo amar al prójimo). No es primero por ser más importante (pues igual de importates son los dos) es primero referido al orden: sin amor a Dios, el amor al prójimo se convierte en ideología, se desvanece.
*Caridad (definición según catecismo): virtud sobrenatural por la q amamos a Dios sobretodas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios.