«Fijaos cómo crecen los lirios, no se fatigan ni hilan; pues os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba que hoy está en el campo y mañana es arrojada al horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?. Vosotros no andéis buscando qué vais a comer o qué vais a beber, ni estéis preocupados. La gente del mundo se afana por todas esas cosas, pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de ellas. Buscad más bien su reino, y lo demás se os dará por añadidura» (Evangelio Lucas 12, 29-32).
Algunas de las enseñanzas de Jesús fueron dirigidas a sus discípulos, otras a quienes acudían a su lado para curarse y otras muchas a quienes se le acercaban para escucharle o estar con él. Las recibieron entonces quienes estaban con Él personalmente, físicamente; en unas ocasiones aprendían de Jesús por sus palabras y en otras ocasiones aprendían de Él simplemente viéndole actuar y vivir. El Evangelio se escribió después y en él quedaron recogidas aquellas enseñanzas que también iban dirigidas a nosotros. Las palabras que leemos hoy y que dijo entonces Jesús a sus discípulos fueron dichas por tanto también para nosotros. Y en ellas Jesús nos hace una promesa.
¿Qué promesa nos hace?
Pues, dicho quizás demasiado de andar por casa, Jesús lo que nos viene a decir es que si nos ocupamos de las cosas de Dios, Dios se ocupará de las nuestras:
¿Y qué son «las cosas de Dios»?, ¡pues sus hijos!, nuestros prójimos. Jesús nos propone que centremos nuestra vida en «buscar el reino de Dios»: en ocuparnos de quienes nos puedan necesitar, que hagamos del amor nuestro estilo de vida.
Nos propone que no vivamos como personas que ignoran a Dios y que todo lo esperan de su esfuerzo y de su dinero. Ocuparnos de nuestras cosas y de las de los demás, por supuesto, pero sin preocupaciones, sin agobios, con tranquilidad. Si vivimos en el amor, donde no lleguemos nosotros con nuestro quehacer y nuestro esfuerzo, allí siempre llegará Él – «lo demás se nos dará por añadidura» -.
Quienes creemos en el Padre habitualmente ponemos en valor esa Fe en los momentos especialmente complicados, bien de nuestra propia vida o bien de la vida de las personas que nos rodean: cuando vemos de cerca la enfermedad, el dolor o la muerte. Frente a circunstancias graves nos resulta fácil «tirar de la Fe» y aferrarnos al Padre.
Y, en las pequeñas cosas de nuestro día a día, ¿por qué nos comportamos de otra manera?, ¿por qué las vivimos como si todo dependiera de nosotros?, ¿por qué nos agobiamos tantísimo con obligaciones y quehaceres? ¿Y por qué incluso nos agobiamos con cosas que podrían pasar y que ni siquiera han ocurrido? ¿Por qué dejamos la Fe guardada en un cajón en nuestra vida cotidiana?
Jesús nos invita a que tengamos esa esperanza en el Padre siempre: en los momentos clave de nuestra vida, y también en las pequeñas cosas del día a día. Porque Dios es Padre, nos quiere como no podemos ni imaginarnos, y puede acompañarnos y ayudarnos en lo grande, en lo mediano y en lo chico. ¿O acaso no nos encanta a quienes somos padres aquí en la tierra ayudar a nuestros hijos pequeñitos con todo lo que está en nuestra mano?, importante o pequeño, nos da igual: nos gusta ayudarles con sus cosas y estar con ellos. ¿Por qué no poner nosotros nuestra confianza en el Padre del Cielo cada día?
La imagen es de Dr Dawn Tames en Flickr
Simplemente precioso y verdad, Marta.
Verdades que llegan al alma ,que fáciles de comprender y que difíciles de llevar a la práctica. Nos haces pensar