«Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella; pues esta es la Ley y los Profetas« (Evangelio Mateo 7, 12).
En esta frase tan cortita resume Jesús su mensaje, la Ley y la Escritura. Es una síntesis, en mi opinión, magistral porque es tan sencilla, tan intuitiva y tan clara, que lo puede entender cualquier persona. ¿Qué sería de nosotros si para entender el mensaje de Jesús tuviésemos que ser doctores en teología?, en ese caso el cristianismo sería una religión reservada a un número relativamente pequeño de personas eruditas.
Afortunadamente Jesús no lo quiso así:
Buena parte de los apóstoles de los que se rodeó – sus escogidos – eran gente muy sencilla, pescadores de profesión. Y fue a ellos a quienes formó con sus enseñanzas, a quienes explicó sus parábolas y el sentido de su mensaje y con quienes convivió durante los tres años que duró su vida pública. Y fue a ellos a los que luego mandó el Espíritu Santo. Y fueron ellos los que después extendieron el cristianismo por el mundo.
Por otro lado, sintetiza su mensaje en algo tan sencillo y tan clarísimo que es accesible para cualquiera. Hasta los niños pequeños pueden entenderlo. Cuando mis hijas eras chiquitinas, si tenían problemas con los amigos y me pedían consejo, yo siempre «tiraba» de esta valiosísima regla, que parece de andar por casa: «¿quieres que te dejen jugar?, pues deja jugar tú primero», «¿quieres que te esperen cuando te retrasas?, pues espera tú a los que se retrasan», «¿quieres que compartan contigo?, pues comparte tu primero», «¿quieres que tengan paciencia contigo?, pues ten paciencia tú con los demás».
¿Quién no entiende esto?
Y para mí, en mi vida diaria, sigue siendo una regla igualmente valiosísima, que me saco del bolsillo cuando tengo dudas sobre qué es lo que debo hacer. Siempre me da buen resultado.
Lo que esa aparente sencillez encierra detrás, sin embargo, es de una profunda hondura: es una invitación a que miremos por los demás como si de nosotros mismos se tratara, que hagamos de sus problemas los nuestros y de sus alegrías, también las nuestras.
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños» (Evangelio Mateo 11, 25).
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Es hermosa esta cita de san Mateo, cuyo valor como imperativo categórico se puede realzar invirtiendo el orden de las dos frases: Haced con los demás lo que quisierais que ellos hicieran con vosotros.