Muchos de los cristianos -y de quienes aspiramos a serlo- tenemos claro que queremos llegar a vivir con el estilo de vida que Jesús nos propuso. Y, aunque a veces nos estancamos e incluso damos pasos hacia atrás, habitualmente avanzamos en ese caminar. Pero nos cuesta arrancar de nuestra vida ese comportamiento tan común entre nosotros que es andar mirando siempre qué hacen los demás. Fiscalizándolos. Comparándonos con ellos.

Esto no es nada nuevo. Es algo que pasa desde siempre y que vemos que ocurría incluso entre los apóstoles.

Pedro, volviéndose, vio que les seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y este, ¿qué?». Jesús le contesta: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme».

Evangelio Juan 21, 20 – 22

Esta escena ocurre justo después de que Jesús, ya resucitado, pregunte por tres veces a Pedro si le ama. Una por cada una de las veces que Pedro le había negado. Pedro le responde afirmativamente las tres veces y Jesús finalmente le invita a seguirle.

Cuando Pedro sigue a su Maestro ve que Juan va tras ellos y es cuando formula este «Señor, y este, ¿qué?».

Pregunta que, por otro lado, podríamos haber hecho exactamente igual que Pedro cualquiera de nosotros.

Porque la sociedad en la que vivimos es tremendamente competitiva: en ella nos criamos y con la competición tenemos que aprender a convivir nos guste o no, vaya con nuestro carácter o no, vaya con lo que queremos ser o no.

Esa competición nos lleva a estar muy pendientes de lo que hacen los demás, a medirnos con ellos, a compararnos con ellos. Buscando siempre quedar nosotros por encima, ocupando los primeros puestos siempre que sea posible.

Por supuesto también nos encanta fiscalizar a los otros y opinar sobre lo que hacen y lo que dejan de hacer.

El estilo con el que nos invitan a vivir desde el Cielo es bien distinto del estilo con el que vivimos en el mundo.

Desde el Cielo nos invitan a estar muy pendientes de lo que hacen los demás. Sí. Pero no para fiscalizarlos, no para medirnos con ellos, no para compararnos con ellos, sino para saber qué necesitan, para atenderlos y para cuidarlos.

Desde el Cielo nos invitan a estar siempre al servicio de todos. ¿Cuándo entenderemos que a los ojos de Dios, los primeros puestos los ocupan los que más sirven?

Con la mirada del Cielo las comparaciones no tienen sentido. Porque sabemos que Dios tiene un plan para cada uno de nosotros. Y sabemos que para cumplir ese plan es para lo que nos ha equipado con las cualidades, los dones y los talentos que cada uno tenemos. El plan para cada uno es distinto y por eso es distinta también la equipación que cada uno tenemos.

Por eso no tiene sentido la comparación y no tiene sentido, tampoco, la competición. Lo único que tiene sentido es que nos remanguemos y que nos pongamos a trabajar haciendo equipo con Dios poniendo en valor todos esos talentos que se nos han regalado. Construyendo la mejor versión posible de nosotros mismos. Sin compararnos con nadie. Sin fiscalizar a nadie.

A nosotros Jesús nos dice exactamente lo mismo que le dijo entonces a Pedro: «¿A ti qué? Tú sígueme».

La imagen es de arielrobin en pixabay

1 comentario

  1. Ciertamente hay que convivir con los demás. Y para hacerlo es conveniente lo siguiente: no medirse con los otros en modo de competición o con prepotencia; no dejarse arrastrar por la sociedad del «se», pensar como se piensa, vestir como se viste o hablar de lo que se habla; y no dejar de ser uno mismo.

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