Muchos de nosotros nos dejamos impresionar por los gestos extraordinarios, esos que se salen de lo común y nos asombran por lo valientes que son. ¿Quién no admira, por ejemplo, a esas personas que son capaces de romper con su vida y dejarlo todo para irse a misiones?
Esa admiración por nuestra parte está más que bien merecida. ¡Cómo no! Sin embargo, debemos de tener claro que los gestos extraordinarios habitualmente no son necesarios para seguir a Jesús:
Toda la doctrina que Jesús nos enseñó puede sintetizarse en algo muy sencillo y muy grande a la vez: que debemos vivir nuestra vida desde el amor. El amor a Dios y el amor a los hombres.
Ese amor en el que nos invita a vivir, en ocasiones tendremos que traducirlo en gestos que puedan ser dignos de admiración si son mirados desde fuera. Pero habitualmente desde donde nos tocará vivirlo será desde la sencillez de una vida cotidiana llena de obligaciones y tareas de esas que jamás salen en los periódicos. Y tan cristianos seremos en las ocasiones más «lucidas» como en esas otras ocasiones en las que simplemente estaremos tratando de vivir la vida ordinaria con un corazón extraordinario.
De la misma manera que igual de bueno fue Jesús cuando estaba en la cruz , que durante los primeros 30 años de su vida, en los que vivió una vida rural, de familia, no demasiado diferente de la que vivimos la mayoría de nosotros.
Así que, si como Jesús, habitualmente vamos a vivir el amor desde la sencillez de nuestro día a día, más nos vale – creo yo – aprender a vivir ese día a día intensamente, aprender a buscar a Dios en lo cotidiano y saber encontrarlo en las pequeñas cosas.
Para poder hacerlo, en mi opinión, hace falta tener esa disposición del corazón de querer conseguirlo, para estar atentos. Y es también esencial que tratemos de vivir desde el amor cada acción que hagamos, sea la que sea: trabajar, hacer la compra, dar un paseo, charlar un rato con los amigos, hacer la comida, leer un libro, recoger a los niños del colegio, estudiar, pasar a ver a los padres, ir en el autobús, .. poniendo en cada una de esas pequeñas grandes cosas, aparentemente tan comunes, nuestros cinco sentidos y todo el cariño del que somos capaces. Con eso, además, ganaremos capacidad para disfrutar de cada situación, de cada momento.
Un gran enemigo que se ha colado en nuestras vidas – al menos en la mía, tengo que reconocerlo – es el exceso de información, el exceso de interrupciones y ese nuevo hábito que algunos hemos adquirido de hacer distintas cosas a la vez. La hiperconexión que tenemos, que tantas cosas buenas nos trae, tiene como contrapartida el que vivimos trasladando continuamente nuestra atención de un tema a otro, sin que nos permitamos a nosotros mismos terminar de centrarla realmente en ninguno. De tal manera que pasamos de estar centrados en una conversación, a la lectura de un whatsapp, a atender una llamada, a revisar una alerta, para volver a la conversación… y rara vez ponemos ya los cinco sentidos en ninguna de las cosas que hacemos.
Hace unos años, en una reunión familiar, en una cena con amigos, o en una reunión de trabajo, cuando una persona hablaba lo normal era que todos le escuchásemos con atención. Todo lo más que ocurría era que se generaban varias conversaciones en paralelo que en algún momento había que cortar si queríamos volver todos a la misma conversación.
En tan solo unos años nuestros hábitos han cambiado mucho. Y cuando nos sentamos en una reunión familiar, tenemos una cena de amigos, o estamos en una reunión de trabajo, todos tenemos el móvil a nuestro lado. Y, pese a que queremos estar en esas conversaciones, vemos como normal el ir chequeando simultáneamente las notificaciones que nos van llegando, contestar algún mensaje o incluso dar algún que otro «me gusta» en Instagram o en Facebook. Cuando normalmente, todo eso puede esperar hasta que acabe la reunión sin ningún problema.
En mi opinión personal eso es algo que deberíamos aprender a cortar. Igual que tantos otros ladrones de nuestro tiempo y nuestra atención que, sin ser necesariamente malos, terminan por desviarnos de lo que debería ser lo esencial. Y terminan por impedirnos vivir intensamente, prestar atención a las pequeñas grandes cosas que ocurren cada día a nuestro lado o saborear esos matices que tantas veces marcan la diferencia.
La imagen es de kulinetto en pixabay
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