Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo
Evangelio Juan 17, 11b – 19
Levantando los ojos al Cielo oró Jesús diciendo: «Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad».
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Una mirada limpia
Quienes se mueven en el mundo buscando fundamentalmente su interés, suelen sentirse incómodos con aquellos que se mueven por amor. Porque, aún sin pretenderlo, hacen visible su mal proceder.
Como incómodos – incomodísimos – hizo sentir Jesús a los fariseos haciendo visible su despreocupación por ese pueblo al que en teoría guiaban y haciendo visible también su interés en disfrutar de una buena posición social. Y tanto fue así que no pararon hasta verlo clavado en una cruz.
En mi opinión no debemos preocuparnos por esto. Es una realidad que sabemos que está ahí y que ahí va a seguir. Simplemente debemos ser conscientes de que no seremos bien vistos por todos y que siempre tendremos personas que no nos querrán bien. Sin más. Y sin menos
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