Uno de los pasajes más consoladores del Evangelio, en mi opinión, es el pasaje de la oveja perdida. Porque nos hace sentir que cada uno de nosotros es importantísimo para Dios incluso cuando no le respondemos como deberíamos porque, de alguna manera, como la oveja perdida, nos desviamos de la senda correcta. Es todo un privilegio saber que, cuando nos recuperan, hay una alegría enorme en el Cielo y que no quieren que ninguno nos perdamos. Por pecadores que seamos, por pequeños que nos sintamos o por mediocres que podamos llegar a haber sido.
Además de la oveja perdida, ese mismo pasaje tiene otro protagonista, que suele pasarnos desapercibido, y es el pastor. Ese que tiene la misión de cuidar del rebaño. Ese que cuando pierde una oveja deja a las otras noventa y nueve para ir en busca de la que se le ha extraviado.
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