Muchos de nosotros tenemos la costumbre de criticarlo todo y de quejarnos por todo. Es un hábito que se ha convertido en algo tan común entre nosotros que ya protestamos por deporte, casi sin darnos cuenta y sin tener conciencia de que se trata de algo que está mal. Y no puede ser.
Tener un espíritu crítico es algo muy bueno y muy necesario. Nos permite distinguir por nosotros mismos lo que está bien de lo que está mal, lo que es necesario de lo que es superfluo, lo que es justo de lo que es injusto, o lo que merece la pena de lo que conviene dejar pasar. Y nos facilita, por tanto, obrar en consecuencia, hagan lo que hagan los demás.
La crítica constructiva es también muy necesaria en este querido mundo nuestro en el que todo el mundo va a lo suyo. Porque con ella podemos contribuir a que otros puedan valorar nuevos puntos de vista o podemos ayudarles a mejorar.
Lo que no es conveniente en absoluto es que entremos en la dinámica de la crítica fácil, y de quejarnos por todo. Porque sin darnos cuenta contribuimos a hacer crecer una cultura que es dañina para quienes nos rodean y es dañina también para nosotros mismos, porque nos hace ver todo gris y termina desmotivándonos. No podemos fomentar ni el enfado ni la amargura colectiva.
La actitud de quienes queremos hacer vida el Evangelio debe ser, más bien, de buscadores de soluciones:
De personas inclinadas a remangarse y ponerse a trabajar. A trabajar desde el espíritu de servicio. A trabajar desde el compromiso con el otro, el compromiso con el mundo, el compromiso con el planeta y el compromiso con el Evangelio. Nuestra actitud no puede ser la de acomodarnos y esperar a que otros resuelvan nuestros problemas o los problemas de las personas que van pasando a nuestro lado en el camino de la vida. La mies es mucha, y los obreros somos pocos.
De personas con una actitud optimista. Que no naif. Personas que se esfuerzan en ver la botella medio llena en lugar de medio vacía, que saben poner el foco en lo bueno y que saben mirar más allá de lo que se ve a simple vista. Haciendo conexiones audaces. Sin demasiado miedo al fracaso, porque el fracaso es parte inseparable de la vida y es además necesario para nuestro aprendizaje y nuestro crecimiento. Quienes son optimistas, además, generan buen clima a su alrededor. Porque el optimismo es contagioso y contribuye directamente a quitar tensiones y a sembrar esperanza.
De personas que viven desde la Fe. Que saben pedir ayuda a Dios cuando la necesitan. Que dejan que desde el Cielo guíen sus pasos. Que saben dar gracias a Dios por todo lo que les da… y también por lo que no les da.
La imagen es de Free – Photos en pixabay
El optimismo propicia el éxito. Quien empieza una actividad con optimismo tiene más probabilidades de terminarla con éxito que quien se sitúa en la posición contraria.