En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos
Evangelio Mateo 18, 1 – 5. 10
En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?». Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: «En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial.
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Ser como niños
Cuando Jesús nos pide que seamos como niños nos invita a que vivamos fiándonos completamente de nuestro Padre del Cielo, que está ahí para cuidarnos y para querernos. De la misma manera que lo hace un bebé aquí en la tierra, tranquilo y esperando todo de su madre: de ella espera su leche, de ella espera su cuidado y de ella espera también su cariño
Volver a ser niños
En un momento en el que la religión se mostraba tan llena de preceptos y rigideces que la hacían casi inaccesible, aparece Jesús presentando una doctrina al alcance de todos, que puede resumirse en algo tan sencillo como el amor a Dios y el amor a los hombres.
Y la presenta acompañada de unos criterios que nada tienen que ver con los que rigen las reglas del mundo: mientras que en el mundo solemos valorar a las personas por lo que tienen, por lo que aparentan o por lo que podemos conseguir de ellas, Jesús se muestra especialmente cercano a las personas menos relevantes a los ojos de los hombres. Entre las que, por supuesto, se contaban los niños
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