Una de las parábolas, en mi opinión, más conmovedoras del Evangelio es sin duda la parábola del hijo pródigo. Porque presenta una figura, la del padre, que retrata al mismísimo Dios Padre: un padre que siempre nos esperará con los brazos abiertos y que es infinitamente generoso con nosotros, no por nuestros méritos, sino por el inmenso amor que nos tiene.

El padre de la parábola tiene dos hijos:

El primero de ellos le pide su parte de la herencia y desaparece hasta que ha malgastado todo, se ha quedado sin amigos y pasa necesidad. Su comportamiento es nefasto: por lo egoísta de su decisión y porque muestra con su marcha lo poco que amaba a su padre. Sentimientos que demuestra de nuevo cuando vuelve a casa movido por el hambre y no por amor. Pese a ser consciente de lo muchísimo que su padre lo quería.

Del segundo hermano poco suele hablarse. Es un hermano que, cumplidor, permanece siempre junto al padre, apoyándole y atendiendo sus labores. Pero lo cierto es que con sus actos demuestra que tampoco es bueno:


«Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. Él le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”». 

Evangelio Lucas 15, 25 – 32

¿Por qué el segundo hermano demuestra que, si bien su comportamiento no ha sido tan nefasto como el de su hermano, tampoco es bueno?

Porque cuando vuelve su hermano no es capaz de alegrarse ni por su arrepentimiento ni por su vuelta a casa. Porque siente envidia al ver cómo le hacen una fiesta para celebrar su vuelta; tanta que se enfada y se resiste a pasar. Porque se esfuerza en recordar a su padre -como si éste no lo supiera más que de sobra- el comportamiento que había tenido al irse de casa con su parte de la herencia. Y porque no es capaz ni tan siquiera de alegrarse por su padre, viendo la profunda alegría que sentía por haber recuperado a ese hijo que había perdido y al que tanto tiempo llevaba esperando.

Era muy cumplidor con sus responsabilidades en la hacienda, sí. Pero ni amaba a su hermano ni amaba a su padre: carecía de lo más importante.

Y lo cierto es que el comportamiento de este segundo hermano se asemeja, y de qué manera, al de muchos de nosotros. Muchos que, si bien no hacemos mal a nadie, lo cierto es que pecamos de desamor hacia los demás continuamente. Y continuamente también pecamos de omisión: porque nos interesa tan poco el otro que ni siquiera reparamos en sus necesidades ni en lo que estaría en nuestra mano hacer por él.

Lo peor es que, cuando las personas sentimos que somos cumplidoras, que atendemos nuestras responsabilidades y que nos comportamos «razonablemente bien», como era el caso de este segundo hermano, por mucho que realmente estemos lejos de vivir desde el amor -un profundo amor a Dios y a los demás- no sentimos la necesidad ni de arrepentirnos, ni de cambiar. Y si no sentimos esa necesidad de cambiar, difícilmente mejorará nuestra disposición hacia Dios y nuestra actitud hacia los demás.

Saberse uno bueno, o justo, cuando es cierto, no es un problema. Porque quien de verdad lo es, ni se pavonea ni desprecia al que no es así: no mira al otro por encima del hombro sino que lo hace de igual a igual y tiene, como Jesús, entrañas de misericordia; reconoce el mal comportamiento del otro cuando lo ve, pero no busca ni reprochárselo ni airearlo, sino más bien ayudarle a que sea cada vez mejor. E incluso se alegra cuando ese otro, finalmente, lo supera.

La imagen es de Pixabay

2 comentarios

  1. Interesante esta presentación tomando como protagonista al hermano cumplidor, pues lo más habitual cuando se comenta este evangelio, es centrarse en el padre y en el hijo pródigo.

  2. La envidia y la soberbia son tan ciegas!
    Es más fácil creerse en el lugar del hijo pródigo. Pero cuando uno va viviendo el Evangelio, se da cuenta de que es el hijo mayor más veces de lo que nunca penso.
    Es la parábola más oída y menos explicada.
    Como no amaba no se alegro de la vuelta de su hermano.
    Gracias Marta.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.