Evangelio apc Pompas de jabón

La libertad forma parte de la esencia del ser humano. Y cada uno de nosotros debemos elegir – y elegimos – cuál es estilo con el que vivimos, qué clase de personas somos y dónde ponemos nuestro corazón. Y podemos escoger dedicar nuestra vida fundamentalmente a cuidar de nosotros mismos, divertirnos y pasarlo bien o podemos, por el contrario, poner a los demás como centro de nuestra vida. La decisión es tan solo nuestra.  

Hay un pasaje del Evangelio que refleja muy bien cómo tan sólo unos pocos deciden responder a la llamada de Dios:

Volvió a hablarles Jesús en parábolas, diciendo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”. Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron.
El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?”. El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los servidores: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”. Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos». (Evangelio Mateo 22, 1 – 14)

Mediante esta parábola explica Jesús cómo en una primera etapa Dios tuvo unos convidados preferentes: el pueblo de Israel, al que mimó muy especialmente esperando recibir de él una acogida y una respuesta que lo cierto es que no terminó de llegar. ¡Incluso llegaron a matar a Juan Bautista y al propio Jesús!  En una segunda etapa el mensaje de Jesús fue llevado, ya sí, a todos los pueblos y todos pasamos a ser convidados: «Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda«.

Esa invitación a asistir al banquete de boda, como no podía ser de otra manera, no es otra cosa que una invitación a vivir desde el amor, una invitación a vivir para los demás, una invitación a vivir la vida ordinaria con un corazón extraordinario.

Invitación que podemos aceptar… o rechazar.

En el deseo de Dios está el que todos asistamos a ese banquete, que todos nos sumemos a sus filas y que todos disfrutemos de ese premio que es el Cielo. Pero muchos de nosotros decidimos, haciendo uso de esa libertad nuestra, rechazar la invitación y no asistir. O presentarnos en el banquete sin el traje adecuado, que no es otro que el traje del amor. De ahí ese «muchos son los llamados, pero pocos los elegidos».

Dios nos da muchas oportunidades. Muchísimas. Y, aún teniendo esa disposición de querer responderle que sí, durante alguna etapa de nuestra vida podemos errar y desandar el camino andado. No pasa nada, siempre estamos a tiempo tanto para comenzar como para volver: Dios siempre nos estará esperando. Siempre, claro está, mientras duren nuestros días aquí en la tierra. Una vez que terminen ya no habrá marcha atrás; llegará nuestro juicio y tan sólo por la cantidad de amor que hayamos regalado seremos juzgadosVenid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” (Evangelio Mateo 25, 34 – 36)).

A lo largo de todo el Evangelio Jesús nos presenta a un Dios que, sobre todo, es Padre. Teniendo presente esa imagen de Dios se hace difícil – al menos a mí – aceptar la dureza con la que seremos echados de ese banquete si no vamos vestidos adecuadamente, si no nos hemos ocupado de los demás. Pero si lo pensamos dos veces, nos daremos cuenta que esa dureza no es más que una consecuencia del amor. O ¿acaso una madre de aquí de la tierra puede mirar para otro lado cuando hacen daño a alguno de sus hijos? Es un lujo tener un Padre que no sólo nos tiene un amor infinito sino que también es infinitamente justo.

La imagen es de Alexas_Fotos en pixabay

1 comentario

  1. Llevo un año siguiendo tu blog, contemplando con tristeza lo poco (o nada) q hablas del primer mandamiento.
    Se habla mucho (o siempre) de amar al prójimo… pero q pobre resulta el amor prójimo sin amar a Dios. Es, por ejemplo, como el sexo sin amor: poca cosa. Cuando el sexo nace del amor, cuando sexo y amor se unen, se da una magia singular!
    Pues lo mismo pasa con el amor a Dios y al prójimo: Cuando se dan unidos hay una magia sublime.

    Seguramente nunca hablas de esta unión porque nunca la has experimentado. Pues deseo con toda mi alma q algún día te enamores del Padre, te enamores de Cristo, te enamores del Espíritu santo, te enamores de Dios. Entonces, de ese amor, nacerá otro Amor al prójimo limpio, puro, renovado… pleno!

    Rezaré con todas fuerzas para q algún día te liberes de la precariedad de tu amor al prójimo, de ese q nace de tus fuerzas y conozcas el amor al prójimo q nace del amor a Dios. Ojalá algún día pueda leer en tu blog palabras de amor a Dios y así, todos tus lectores se enamoren!

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